Más madera, es la guerra!» Esta expresión, dicha por Groucho Marx en la película Go West (Los hermanos Marx en el Oeste) tenía su gracia en una situación ficcional, surrealista y satírica. Pero no tanto ante una realidad como lo es la guerra de Ucrania que, además del sufrimiento en el terreno, tendrá (ya lo tiene) consecuencias en buena parte del mundo; sobre todo en Europa.

La pandemia de la Covid-19 ha demostrado de nuevo la fragilidad del ser humano. Una vulnerabilidad que tiene un peso importante en la economía. Ahora, con la señalada guerra llueve sobre mojado. No hace falta volver a Keynes para vislumbrar los problemas económicos que ya empiezan a provocar la invasión de Ucrania y sus derivaciones sobre una paz que todavía no vemos en el horizonte. La crisis de materias primas, la subida de los carburantes y de la infracción, el esfuerzo para afrontar la crisis migratoria de los ucranianos y las ucranianas, y el aumento de gasto militar anunciado son algunos de los síntomas que harán peligrar la recuperación económica pos-pandemia. La actual huelga de transportistas es la antesala para un previsible aumento de conflictividad social.

En una situación así, lo que menos hace falta es más madera, más incendios de los inevitables, pero sí más pactos. Más parlamentarismo. Más razón y menos emoción. De hecho, parece indicado recordar que el Estado de derecho no ha hecho posible realmente una convivencia pacífica y fructífera con partidos que solo persiguen sus intereses estratégicos. Los mayores éxitos democráticos se producen cuando los partidos no son «lobos» (como diría Hobbes), sino organismos que si bien viven en una «sociabilidad insociable» (Kant), con propensión a los conflictos, también mantienen un mínimo de responsabilidad.

Esto significa aprender de algunas lecciones, las de un pasado no distante, muy abandonadas en el ambiente político actual que vive en estado electoral los 365 días del año (un día más los años bisiestos). Esa es una de las debilidades actuales de las nuestras democracias. Y eso se agudiza más si aumentan las desigualdades. Recordemos que el populismo de ultraderecha renació a partir de la crisis de 2008.

Necesitamos, ante los conflictos que se puedan agudizar, gobiernos que tomen medidas, desde la búsqueda de acuerdos, pero también que alumbren una necesaria pedagogía para explicar las situaciones sin miedo a las malas noticias. Por otro lado, es legítima la crítica al gobierno de turno, pero es hora también de un cambio de rumbo de una oposición que no sale de las enmiendas a la totalidad. «La mala oposición», podría ser un nuevo título de Pedro Almodóvar. ¿Podrá el Partido Popular ser capaz de liberarse de las presiones de Vox y de la presidenta de la Comunidad de Madrid que solo conciben la confrontación o aprovecharse de cualquier situación para abatir al Gobierno? Esa estrategia puede arañar votos, pero es una actitud suicida a la larga, porque alienta y alimenta a la ultraderecha cuyo cometido no es debatir soluciones, sino añadir ¡más madera!; pero sin gracia.

En todo caso, es momento de recordar, con grandes titulares, que el Estado del bienestar surgió de un pacto social, o que los Pactos de la Moncloa fueron el mejor antídoto a la entonces crisis del petróleo, y, en suma, que la mayor defensa de la democracia es el pluralismo, pero también la capacidad de pactar. Como bien decía André Gide, «todas las cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha es preciso repetirlas cada mañana».