La Unió de Llauradors –precisamente- i Ramaders ha abierto un interesante debate de tono léxico y social al pedir a la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL) la retirada de la segunda acepción del término ‘llauro’, la que lo define como «persona rústica, sense refinament». Propone esa medida apelando a que esa utilización tiene una acepción peyorativa y que constituye un anacronismo en la realidad actual de modernización del campo.

Esta solicitud, que parte directamente de alguien que se siente ofendido en dirección hacia la entidad que regula la lengua valenciana, plantea varios dilemas. El primero se podría centrar en si ‘llauro’ se ha convertido en una suerte de modismo, que no responde a la palabra que se emplea para definirlo. En la práctica, replantea si adjudicarle a alguien el término llauro ya no equivale a decirle que no es refinado. O si no ya se puede aplicar a cualquiera que viva en un ambiente rústico, aunque no ejerza de labrador.

¿Es así? Quizás, efectivamente, el carácter despectivo del vocablo responde a una época superada en la que se vinculaba urbe con modernidad y campo con retroceso. El teletrabajo y la pandemia han provocado una alteración de esa tendencia pretérita. Ahora la vida en un ambiente rural, campestre, adquiere unas connotaciones bucólicas, saludables. Por tanto, desde este punto de vista, «rústic», que literalmente alude a «persones o coses del camp», dudo que ya resulte peyorativo.

¿Y lo es acaso «sense refinament»? Refinat aparece definido por la propia AVL como «extremadament fi, exquisit». ¿Supone una afrenta afirmar de alguien que no parece «extremadamente fino o exquisito»? Más bien podría resultar un insulto lo contrario, señalarle como «refinat». O ni eso. Por tanto, ni rústico ni sin refinamiento, en el cambiante contexto social, destacan como palabras ofensivas. Posiblemente hace algunas décadas sí.

Otro debate consiste en si esa segunda definición se halla tan extendida como para incluirla en el diccionario de la AVL. La Real Academia Española (RAE) no muestra en las búsquedas el término, para camarero, de «camata», que puede asimilarse en carácter ofensivo a ‘llauro’. Tampoco aloja la propia AVL una acepción negativa de ‘poli’ para referirse al diminutivo de policía, por poner otro ejemplo. Se limita a señalar «perteneciente al cuerpo de policía» y «agente de policía».

¿Podría haber hecho con llauro lo mismo que con poli? ¿Podría haberse limitado a la primera acepción, la de profesional de la agricultura/llaurador? Posiblemente. ¿Habría de este modo abarcado todos los usos sociales de la palabra? Ahí está el dilema. Englobar en un diccionario, y actualizar constantemente, las diferentes acepciones de cada vocablo parece una tarea inabarcable, titánica.

En esta última línea, que una entidad social lance una alerta a la revisión constituye una buena manera de colaborar a esa actualización. A partir de esta propuesta o queja ya surge la duda, que la AVL, como órgano encargado de velar por el valenciano, debe dilucidar y emitir dictamen. Todo ello sin menoscabar el término rústico, que crece en prestigio, ni sembrar un precedente para que cualquiera que se sienta ofendido por alguna acepción de una palabra monte en cólera y arremeta contra la AVL. Como con todo, con argumentos y corrección, el debate siempre está abierto.