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El lápiz de la luna

Elizabeth López

No me mires a la cara que voy desnuda

Hace ya unas semanas que podemos estar tanto en exterior como en interior a cara descubierta y hemos observado a quienes, sin pudor, se han liberado de la mascarilla como quien se libera de un castigo y a quienes permanecen con ella por varias y, en ocasiones, enfrentadas razones. Los hay que no consideran prudente esa desprotección ante un virus que aún convive entre nosotros. También están los que necesitan un periodo de adaptación a ese “Síndrome de la cara vacía” que les sobreviene después de dos años escondidos detrás de un trozo de tela, y luego están los niños y los adolescentes que no quieren mostrarse tal cual son porque están en guerra consigo mismos y no quieren volver a soportar las burlas de sus compañeros. No digo que no haya adultos que también estén pasando por esta situación, pero hoy quiero dedicarle este artículo a esas personitas que están viviendo como una tragedia el tener que quitarse la mascarilla en el aula. Sí, sé que no es obligatorio, pero la presión del grupo está ahí y no se imaginan lo duro que se hace a veces sobrevivir en un centro educativo con los cambios físicos y emocionales que trae consigo la adolescencia. Desde que nos desnudamos el rostro, he observado a niños y a niñas desarrollar el mecanismo de defensa de tener la mano siempre en la boca, ya sea a modo de fingir que se muerden el dedo o simplemente acomodándola entre la nariz y la barbilla. Otra forma de pasar desapercibido es ir con la cabeza agachada o dejarse el fleco largo para tapar medio rostro. Niños, niñas y adolescentes que están viviendo esta situación: no eres solo una cara. Eres tus sueños, tus ganas de superarte. Eres la fortaleza que demuestras cada día cuando, a pesar de sentir que te flaquean las fuerzas, respiras hondo y sales a la calle. Eres tus acciones, las veces que escuchas a un amigo o cuando ayudas a alguien. Asimismo, eres cuando recalculas ante una metedura de pata impulsiva tan característica de esta etapa de tu vida. Eres mucho más que piel y huesos, porque déjame decirte que, al final, cuando nuestro paso por la vida llegue a su fin, nadie recordará cómo eras, sino quién eras. Las huellas que dejaste con tu alma y no con tu cuerpo. Querido adolescente, sé que es difícil, que a esta edad el físico es la carta de presentación. Pero también sé que es importante que entiendas cuanto antes que tu verdadera riqueza está por dentro y no por fuera. Y, por favor, a esos otros niños que se burlan de sus compañeros: ¡Ya está bien!, eso no te hace más guay. Al contrario, te consume por dentro. Intentemos mirar más allá de un rostro, intentemos provocar sonrisas en nuestros compañeros y no lágrimas, que todos somos susceptibles al dolor.

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