N uestros Jardines del Turia dan para escribir mucho por su relevancia en nuestra ciudad y más allá. Su historia debería plasmarse en un manual de participación que nos ayude a entender de qué va esto de vivir juntos.

El papel del movimiento ciudadano es una pieza clave en este recorrido, y el proceso de los Jardines del Turia es un ejemplo paradigmático del acierto de la ciudadanía mientras el poder tenía otros planes para la ciudad de todos y todas.

La gente tenía razón. Los llamados alborotadores y activistas, eran los sensatos. Y no es casualidad, porque ocurrió también con la urbanización del El Saler, con la autopista sobre las playas de Levante y Malvarrosa, con la dichosa prolongación del Paseo de Blasco Ibáñez, con la amenaza sobre el Jardín Botánico. Todas ellas son intervenciones que han consolidado la ciudad que queremos, cambiando el futuro que la autoridad le tenía asignado.

Los Jardines del Turia son el mascarón de proa del activismo ciudadano como ejemplo de compromiso y sensatez de la gente unida y en acción. Ahora, la propia administración lo reconoce y expresa su respeto y admiración. Todo son aplausos.

Pero el futuro sigue. Esa misma ciudadanía a la que agradecemos los servicios prestados, ahora advierte de nuevas amenazas, y mira al puerto como un monstruo silencioso que avanza, crece, quiere crecer más, deteriora, contamina, y no mira a la ciudad.

Muchas felicitaciones y mucho reconocimiento al movimiento ciudadano, pero ahora volvemos atrás. Otra vez se les llama alborotadores y activistas. Habrá un antes y un después de la enésima ampliación del puerto, advierten voces autorizadas, pero da lo mismo, el puerto vuelve a su propuesta de falsa riqueza, de insostenibilidad y planes trucados; tiene todos los beneplácitos menos uno, el de la ciudadanía.

Ya nos dijeron que la autopista por el viejo cauce del Turia era progreso. Ya nos dijeron que era imprescindible para la modernidad de la ciudad, pero no les creímos. Y teníamos razón. Tampoco ahora creemos al puerto. La modernidad es otra cosa.

Con 35 años de perspectiva, con los logros y las felicitaciones que ahora celebramos, sabemos que tenemos razón, y algo más importante, tenemos razones. En lugar de tanta felicitación, es mejor que nos escuche y rectifiquen. Sus antepasados lo hicieron.

Escuchar a la ciudadanía es un aprendizaje sensato que no se debe olvidar. Entonces nos trajo progreso del bueno, y ahora ha de seguir haciéndolo.