Llevamos días oyendo hablar de un Proyecto de Ley transformador de la cultura de nuestro país. Me refiero al debate legislativo abierto para reflexionar sobre la prostitución en España. Frente a los colectivos que sugieren la regulación de la misma para convertirla en una forma más de trabajo, una gran parte del feminismo apuesta por el abolicionismo de esta forma de mercantilización del cuerpo de la mujer.

Libertad versus igualdad. Esta es la cuestión de fondo: ¿Es posible encontrar un pacto libre e igualitario entre un hombre con recursos que paga por tener sexo o agredir sexualmente a una mujer sin recursos? Tal vez resulte útil la comparación con el supuesto de cesión de órganos vitales; en estos casos, la autonomía de la voluntad queda de forma muy visible altamente limitada e intervenida por el Estado, con el fin de evitar que la pobreza sea la moneda de cambio de este contrato. Parece que donde hay pobreza, no puede haber igualdad y sin igualdad no podemos hablar de libertad. Para quienes piensan que son muchas las mujeres que ejercen libremente la prostitución, no les voy a objetar nada, pero que sí debo manifestar que es muy improbable que se trate de una mayoría de mujeres, porque la realidad de las carreteras nos muestra a chulos, papitos y tramas, que les someten. Cuando se legisla, se hace para las mayorías de personas cuyos derechos no son respetados. Véase el interesantísimo estudio Rosa Cobo sobre La prostitución en el corazón del capitalismo (2017), o el de Antonio Ariño sobre La prostitución en la Comunidad Valenciana (2022), encargado por la Consellería de Justicia en el marco del impresionante trabajo que se está realizando en esta dirección.

¿Cómo influye en el imaginario colectivo aceptar la prostitución de la mujer? ¿Cómo ha de entender nuestra juventud que la mujer puede ser usada para echar un polvo o hacer una bukake grabada y colgada en redes? Es importante reflexionar que, para tener sexo hoy en día no hace ninguna falta acudir a la prostitución, porque relaciones sexuales a priori igualitarias se pueden encontrar muy fácilmente en las plataformas tipo Tinder, relaciones libres basadas en un consentimiento; en conclusión, ello nos debe hacer pensar que quien recurre a la prostitución lo hace porque pagar por sexo le da otros poderes, sobre los que no necesita negociar en condiciones de respeto e igualdad. Tal vez unas simples preguntas servirán a la persona lectora para posicionarse sobre este tema: (A) ¿Recomendaría a su hija ser prostituta?; (B) ¿Considera que si a una mujer prostituida se le diera posibilidad de formarse y tener una proyección de futuro segura abandonaría la ·profesión»?; (C) ¿Si estas mujeres prostituidas ejercen libremente la prostitución ¿por qué no solicitan ayuda a los centros de salud en casos de deshabituación del consumo de drogas? ¿Por qué no denuncian cuando sufren una violación? ¿Por qué no colaboran con las ONGs que intentan sacarlas de la prostitución?

Para mantener este sistema de pseudo esclavitud, además de personas, se necesita el soporte de toda una cultura (basada en la hipersexualización de nuestras jóvenes, que legitima los deseos como paradigma de contratación y denigración de la mujer en su faceta reproductiva y sexual), así como una economía (donde el Fondo Monetario Internacional alienta la existencia de clubes y ocio para poder crecer como país). Además, permite toda una industria criminal global para que esto sea viable. Explicar estas ideas considero que entra dentro de la misión de las universidades. También ellas pueden contribuir a este histórico cambio.

El potencial de las universidades para transformar la sociedad y hábitos culturales es altísimo. Nuestra juventud no puede estar al margen de este cambio y les debemos implicar en la comprensión de este fenómeno para que no lo banalicen. A modo de ejemplo, en la actualidad, las universidades públicas valencianas tienen a disposición del estudiantado los denominados Espai Violeta, cofinanciados por la Consellería de Justicia, precisamente. Son espacios de prevención donde se podría explicar la liquidez en la que estamos viviendo, el sinsentido de que el ocio y el entretenimiento de algunos hombres acabe en un fin de fiesta «echando un polvo» o violando por contrato, a sabiendas de toda esta información que está tras este acto. Contar para ello con la intervención artística y divulgativa del estudiantado en estos Espai, sería una buena forma de que cuenten con sus palabras su forma de ver el mundo; en definitiva, van a ser la futura ciudadanía y deben implicarse. Por su lado, el personal de las universidades deberíamos posicionarnos de forma valiente en nuestros círculos más próximos y explicar por qué acabar con la prostitución es poner fin a la trata de mujeres y por qué sin su igualdad no hay libertad, si queremos seguir reconociéndonos como sociedad democrática. Entre tanto, esperamos que el Proyecto de Ley salga adelante con sentido y recursos, para que esas mujeres que están hacinadas en pisos o abandonadas en carreteras, sientan que tienen una salida real al destino que hoy les toca vivir, destino sobre el que el resto de personas afortunadas preferimos no hablar, por ser una verdad incómoda, y pedimos que salga fuera de nuestros barrios.