Se podría decir que prácticamente todos los conductores somos contribuyentes y que la inversa también se cumple muy a menudo. Son dos condiciones –la de conductor y la de contribuyente- que hoy en día adquirimos casi de manera ineludible. Y, aunque aparentemente el manejo de vehículos poco tiene que ver con el pago de impuestos, siempre he pensado que hay un gran paralelismo entre el comportamiento de los ciudadanos como conductores y como contribuyentes. Casi me atrevería a defender la certeza de algo así como «veamos cómo conduces y te diré cómo pagas los impuestos». Conducir respetando las normas de circulación y al resto de conductores es un acto de responsabilidad, de civismo y de solidaridad, como lo es el cumplimiento de las obligaciones tributarias.

Cuando a los contribuyentes españoles se nos pregunta sobre nuestro grado de conciencia y responsabilidad personal a la hora de pagar impuestos, la respuesta mayoritaria es que somos «mucho o bastante» conscientes y responsables –el 92,7% según la encuesta Opinión Pública y Política Fiscal, del CIS-. Asimismo, cuando a los conductores españoles se nos pregunta sobre nuestras aptitudes y actitudes al volante, prácticamente todos –el 98% según el Barómetro de la Conducción Responsable, de la Fundación VINCI Autoroutes- nos autocalificamos positivamente. Es decir, el resultado de la autoevaluación es muy favorable en ambas facetas. La cosa cambia radicalmente cuando se nos pregunta por la conciencia, responsabilidad y actitud de los demás. Tal es nuestra hipocresía en estos asuntos que, sin embargo, aproximadamente el 70% de los conductores encuestados admite que incumple las normas de tráfico. En el caso de las obligaciones tributarias las encuestas no suelen formular preguntas directas y personales sobre cumplimiento fiscal, pero más del 90% piensa que en España existe mucho o bastante fraude fiscal, y las estimaciones lo corroboran. En definitiva, tanto a la hora de conducir como de pagar impuestos «yo soy responsable y cumplo las normas, pero los demás no».

La realidad es que, aunque unos más que otros, estamos dispuestos a infringir la norma si tenemos ciertas garantías de no ser «pillados» por los agentes de tráfico o por Hacienda. Tengo la sospecha de que, si se cruzaran los datos de infractores, el suspenso en estas materias sería por partida doble en muchas personas: quien suspende en conducción responsable es muy probable que suspenda en el pago de impuestos. Es más, aprovechando la triste coyuntura de los tiempos de pandemia, el suspenso podría ser por partida triple, pues la mayoría de conductores que admitieron incumplir las normas de tráfico también confesaron no respetar las directrices de salud pública impuestas durante los meses más duros de la pandemia. En concreto, el 83% de los que admitían incumplir las normas de tráfico tampoco respetó la normativa sanitaria.

Ante la falta de una evidencia empírica que demuestre la supuesta correlación entre las actitudes del conductor y las actitudes del contribuyente, se trata de una mera sospecha basada en la observación, aunque asimétrica. No hay más que ponerse al volante para ver el comportamiento de muchos conductores. Resulta, en cambio, mucho más difícil observar las actitudes de los contribuyentes. Cuando uno conduce está expuesto a la mirada de los demás, pero esto no siempre sucede con el pago de impuestos. El cumplimiento de las obligaciones tributarias es un acto mucho más íntimo que la conducción. Eso sí, tenemos la certeza de que los datos de infracciones detectadas y sancionadas, tanto en materia de tráfico como de impuestos, representan solo una pequeña parte del incumplimiento.

Lamentablemente la utopía del pago voluntario de impuestos se traslada también a la utopía de una sociedad formada mayoritariamente por conductores respetuosos con los demás y diligentes con las normas de tráfico. La coacción se convierte pues, en ambos casos –conducción y pago de impuestos- en una necesidad para asegurar el cumplimiento mínimo de lo que deberían constituir unas reglas éticas y básicas de convivencia.

Algunas encuestas del CIS sitúan a la falta de educación cívica y a la falta de respeto a las normas de circulación como las principales causas de los accidentes de tráfico, sólo superadas por los errores o las distracciones. Análogamente, podríamos considerar al déficit de moral y conciencia fiscales, así como la tolerancia al fraude fiscal, como responsables, en buen grado, de la insuficiencia de ingresos públicos que nos caracteriza. Si bien podríamos considerar a los accidentes de tráfico como el fracaso de las políticas de circulación y seguridad vial, la insuficiencia de ingresos -y, por ende, el déficit público- representa el fracaso de las políticas fiscales. La minimización de accidentes y la minimización del déficit público son objetivos en los que las actitudes y comportamientos de conductores y contribuyentes adquieren el máximo protagonismo.

¿Qué nos pasa a los conductores y a los contribuyentes? En el país de la picaresca casi siempre nos hemos mostrado demasiado tolerantes frente a defraudadores de impuestos e infractores de las normas de circulación. Recuerdo un viaje en moto por el centro de Europa, hace ya muchos años, en el que la sola mirada de reprobación de otros conductores, al verme adelantar sigilosamente a una larga fila de coches detenidos ante un semáforo en rojo, hizo cambiar mi actitud rápidamente. Que las motos hagan lo imposible –en ocasiones zigzagueando entre los coches- para situarse en primera línea de parrilla ante un semáforo es, para nosotros, un comportamiento aceptado por la mayoría. Es más, casi me atrevería a decir que es lo que se espera. Pero esto no es así en todas partes. Aquellos conductores me «acribillaron» con sus miradas. No lo volví a hacer, al menos delante de ellos.

El aplauso a la picaresca y a los comportamientos insolidarios debería desaparecer de nuestro viejo ideario de usos y costumbres. Tanto la Dirección General de Tráfico como la Agencia Tributaria disponen de mecanismos para que los ciudadanos denunciemos comportamientos reprobables. Los usamos poco, casi nada. Podemos seguir así, pero que cambie al menos nuestra mirada al infractor y al insolidario.