La ciencia y la sabiduría humanas avanzan en la medida en que somos capaces de distinguir, discernir, analizar y luego sintetizar, sobre la realidad. No sobre las especulaciones subjetivas que, más o menos, nos pueden llevar de la racionalidad a la locura. Como aquel que afirmaba que si el arroz se planta en campos de leche, se producirá arroz con leche. Hay ocasiones en que los silogismos, si comienzan con una premisa falseada, se concluye en algo ilógico, a todas luces irracional. Comprobamos con cierto disgusto, una y otra vez, que el discurso público transcurre por asociación de ideas, imágenes, que se posan unas junto a otras, pero que no tienen una secuencia de raciocinio, no se desprende una cosa de la otra: se agarra el rábano por las hojas, o bien se toma la parte por el todo. Son eslóganes.

 Tampoco resulta difícil observar cómo, con un cambio de nombre, lo que era una cosa se convierte en otra, en un intento de subordinar la realidad a los prejuicios que uno tiene. Por ejemplo, lo que Rusia denomina “operación militar especial” no es más que la invasión, por la fuerza, de Ucrania: un reflejo de esa enfermedad que nos anula subvirtiendo el lenguaje, cambiando una cosa por otra, cuando la realidad es sencillamente distinta (y tozuda). Estamos en lo que ya se denomina “batalla cultural” en la que es difícil, a veces, aclararse. Y por esta misma razón necesitamos de claridad, que se contrapone a oscuridad. Lo luminoso desecha las tinieblas. Para ver hemos de tener luz: de noche todos los gatos son pardos, dice el refrán. De modo que lo primero es intentar que en nuestra mente se haga la claridad: al pan, pan; al vino, vino. Si no, la confusión está servida. Es cierto que algunos desean enmascarar lo no asumible, como por ejemplo que uno es un homicida: la maté porque era mía, es el paradigma de lo expuesto. Y se pueden poner infinidad de ejemplos que todos los días nos inundan.

 La segunda cuestión es que, si disponemos de la luminosidad suficiente, que no siempre se consigue, y buena intención, que no siempre se tiene, lo que conviene es que seamos lo bastante perspicaces para enfrentarnos a lo evidente. Lo evidente es aquello que vemos sin posibilidad de engaño: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Es decir, traspasar el velamen con que se pueda presentar algo que estoy viendo y, aunque me digan lo contrario, o simplemente no me lo digan, no dejo por eso de verlo. Hay cosas que explican los sesudos y porfiadores del mercado, para vendernos la burra. Otro ejemplo actual: la viruela del mono. No se dice, o se dice con la boca pequeña, que está confinada a determinados ambientes como los chemsex: un consumo sexualizado de sustancias psicotrópicas, vinculado a la cultura homosexual. No se trata de estigmatizar a nadie, pero las cosas son como son, no como nos gustaría que fuesen.

 Es nuestra una época, un momento, en el que los fanáticos, incapaces de admitir otras razones diferentes a las suyas, tachan de ultras y agresivos a los que son sus víctimas. Lo hemos visto en el comportamiento del terrorismo etarra, por poner otro ejemplo, de esa capacidad de disimulo en la que los verdugos se presentan como víctimas; y a la víctimas, como verdugos.

 Hemos de conducirnos de tal manera que la verdad brille y no nos dejemos embaucar: ser una persona objetiva y que además comprende, porque está por encima de las pasiones y, sobre todo, porque no engaña ni deja ser engañado.