Un solo hombre cambió el rumbo de la historia. Con esta frase da comienzo el libro de Boris Johnson sobre Churchill. Y si de algo se ha hablado estos días ha sido de grandes estadistas que, en el último minuto, con un chasquido o un segundo de iluminación, hicieron girar las manecillas del reloj de la humanidad.

No se dejen llevar por el aspecto casual del primer ministro porque en su obra El factor Churchill, Boris J. ejecuta una brillante reflexión sobre liderazgo y la importancia del ser humano para acometer proyectos relevantes. Es una lectura fundamental para quien quiera saber de qué están hechos los grandes líderes.

Ha impresionado la imagen de Boris Johnson recorriendo en solitario las salas del Museo del Prado como preludio a la cena de mandatarios invitados a la cumbre de la OTAN. Una imagen poderosa que ha llamado la atención de los reporteros gráficos dado el carácter peculiar del personaje.

Puede que hayamos pasado por alto que Boris J. además de político es, o fue, periodista. Trabajó en varios periódicos antes de ser elegido miembro de la Cámara de los Comunes y ocupar distintos cargos públicos, en The Times, TheDailyTelegraph y Spectator. También es autor de varios libros entre los que cabe destacar El espíritu de Londres o El sueño de Roma.

Con estos antecedentes no podía Boris J. permanecer indiferente a la belleza que tenía delante. Ya de niño, junto a su hermano Leo, estudiaba detenidamente el libro La vida en fotos de Martin Gilbert, historiador británico y biógrafo oficial de Churchill. Tanto es así que el propio Boris asegura saber de memoria los pies de las ilustraciones y hasta declamar algunas de las frases más famosas de los discursos de Sir Winston. Hablamos pues de una cabeza bien amueblada, con un interés inusitado por todo lo relacionado con el arte y la historia.

Probablemente de Boris J. haya gestos y actuaciones reprochables, incluso su política pueda merecer toda clase de críticas, pero de lo que no cabe duda es de su refinada formación intelectual. Mucho de ese trabajo ya vino facturado desde el ambiente familiar en el que creció. Un simple detalle lo acredita: sus padres conservaban la primera página del Daily Express del día en que murió Churchill a los noventa años. Estaba convencido de que en él había algo mágico y sagrado.

Si el carácter es el destino como dijeron los griegos, habrá que preguntarse aquello otro de William Blake: «¿Qué martillo, qué cadena? ¿En qué yunque, en qué hornos se templó su cerebro?»

¿Qué miraba en los cuadros del Museo? ¿Quizá atisbaba en ellos alguna negra sombra de futuro? No lo creo. Boris J. está tan imbuido por la pintura, tan embrujado por ella desde que supo que el gigante Churchill padecía esa misma enfermedad hasta que se arrojó a los brazos del arte, pincel en ristre, para aplicar su colorida y romántica versión de la realidad.

Nuestro hombre, Boris J. ha conmovido a muchos gracias al corto paseo en solitario por la Pinacoteca Nacional degustando los matices, las pinceladas… pero para otros no ha sido relevante ya que conocen su voraz apetito intelectual; hasta tal punto que el primer ministro con tan solo quince años había devorado un ensayo psicológico sobre su admirado Winston en el que el psicólogo Anthony Storr afirmaba que «la mayor victoria de Churchill fue sobre sí mismo».

A los quince años Boris aprendió que la mejor forma de superar los miedos consistía en la fuerza de voluntad; esa fuerza que Churchill puso en superar la tartamudez, su cobardía, su físico escuálido y torpe para llegar a ser quien paró a Hitler los pies.

Fue Churchill ese «hombre solo» que marcó la diferencia, su impacto fue colosal en la Historia, inclinando la balanza hacia la libertad. No se le escapa a Boris que ahora les toca a ellos parar a otro monstruo.