Somos animales de costumbres y una de las mías es empezar la jornada leyendo la prensa con la primera luz del día y el aroma del café. Aunque la radio o la TV haya anticipado las noticias más relevantes cuando los diarios aún están en la rotativa, leer la prensa va más allá de buscar la información para encontrar las afinidades o el diálogo en la compañía lejana e intangible del redactor. Sabemos lo que dirá este y aquel plumilla desde sus propias cuadrículas mentales, los que no merecen un solo minuto más de los que otrora les dedicamos hasta que nos sumieron en el hastío. Buscamos otros medios, otras páginas en que los buenos periodistas, los auténticos profesionales, respetan absolutamente la realidad y, a partir de ella, emiten sus propias opiniones y se convierten en comensales de la mesa dominical en que los alimentos nutren el cuerpo y sus artículos el espíritu dándonos unos y otros la fuerza necesaria para afrontar un nuevo día.

Han necesitado tiempo para ganar un espacio en la opinión pública y ocupar por derecho propio un lugar en nuestra mente; para ser mentores de la ciudadanía; extendemos las hojas buscando su foto, su firma, su lema, a veces alcanzamos el privilegio de conocerles, de poderles hablar sobre aquello que dijeron y con lo que no estuvimos de acuerdo o agradecer que fueran la voz escrita con las palabras que los ciudadanos gritan en su interior sin ser capaces de traspasar la barrera de los labios.

Como los contenidos de la prensa nacen y se dirigen hacia una sociedad evolutiva los medios informativos son cambiantes para asegurar la capacidad de cumplir su destino; hemos comprobado los cambios de rumbo porque la nave social requiere de otros capitanes y a todos hemos deseado que nos lleven al buen puerto de la verdad; se han cambiado los formatos, el tamaño o incorporado colores, la preferencia por las portadas que pueda resultar más atractiva a los lectores; porque el periodismo es una misión que no podría cumplir si se quebrantan los medios materiales; y la lenta e imparable sustitución del papel por medios tecnológicos que nos privará de la huella de tinta que sentimos como apropiación impresa entre los dedos. Lo hemos entendido. Pero llega el día en que su foto, su firma, su lema, no aparecen. La enfermedad, la edad, las circunstancias nos han arrebatado a esos amigos forjados en la lectura que ya no serán parte de las primeras horas de nuestras mañanas.

Su foto, su firma, su lema, permanecerán en las hemerotecas, acaso alguna vez sean incorporados por derecho propio a la Historia del Periodismo o, al menos, a las Memorias de la editorial en que trabajaron; hasta entonces nada sabrán de ellos las generaciones futuras a las que privaremos de la letra impresa, a las que tal vez regalemos la asepsia en que no han lugar las aportaciones de la sensibilidad humana, no llegarán a saber que existieron esos profesionales que nos enseñaron, nos ayudaron a entender, que tantas batallas libraron en defensa de sus principio, que eran los nuestros.

Quede para ellos un testimonio de afecto y reconocimiento de quienes fuimos sus lectores y llevamos grabado en el recuerdo su foto, su firma, su lema…