Hace apenas dos meses fallecía en las inmediaciones de Viveros una persona cuyo hogar eran los jardines de la zona. Su muerte pasó desapercibida. Semanas más tarde, a finales de septiembre, moría otro sintecho unos metros más allá. Tampoco su tragedia tuvo eco alguno. Ambos eran conocidos por quienes acuden a las Facultades de Blasco Ibáñez y a los dos hospitales cercanos. Como triste recuerdo, un carro de compra y algunas bolsas de plástico que quedaron durante días expuestos en los mismos jardines que hacían de hogar.

Parece que morirse en la calle en verano no es noticia. No tiene las mismas connotaciones, desde luego, que morir en invierno, cuando las temperaturas bajan y el frío y las inclemencias asaltan a quienes duermen al raso. Bien lo saben los políticos, dispuestos entonces a hacerse la foto con las campañas de ayuda que contribuyen a tranquilizar la conciencia de los votantes. Lo cierto es que la muerte no entiende de fechas, sobre todo en las personas vulnerables, con patologías físicas y psíquicas en buena parte de los casos.

La muerte en la calle tampoco entiende barrios, y así, puede acontecer en el distrito Marítimo, en Benimaclet, en el mismo centro histórico o en el Pla del Real, como ha sucedido recientemente. Estamos empeñados en salvar barrios pero nos olvidamos una y otra vez de quienes no tienen más refugio que marquesinas y bancos.

Llama la atención que los miembros del gobierno municipal de hoy no dediquen la misma contundencia a la hora de exigir medidas y explicaciones que cuando estaban en la oposición. Tampoco se escuchan a aquellos que pancarta en mano clamaban contra la desigualdad y la exclusión social.

Recuerdo al hoy al alcalde, Joan Ribó, alardear de su defensa de las personas en extrema pobreza. No dudó, por ejemplo, en aconsejar a la entonces alcaldesa, Rita Barberá, un recorte de gastos superfluos tales como los escoltas y asistentes personales.

La realidad es que hoy siguen muriendo igualmente personas en situación grave de exclusión social en nuestros parques, con una diferencia: ahora hay más asesores que antes en el Ayuntamiento. Porque hoy el alcalde sigue con los mismos escoltas y porque en los últimos siete años se ha nombrado a casi 40 coordinadores, y directores generales en el consistorio. Todo un ejemplo de donde dije digo digo Diego.

Morir a la intemperie es algo que nos espanta a todos… pero resulta descorazonador comprobar cómo las promesas -y con ellas las esperanzas de cambio- quedaron olvidadas al llegar al gobierno.