Hace una semana, amigos de la Facultad de Medicina de la UCM me pidieron inaugurar su XV Seminario Internacional de Biomedicina, Ética y Derechos humanos. Este seminario, que lleva asociado un máster de bioética clínica, lo dirige mi colega Fernando Bandrés desde hace mucho tiempo y constituye un acontecimiento académico de relevancia. Cuando titulé mi conferencia Mirarse a los ojos, pensaba cuestionar desde el punto de vista conceptual ese horizonte amenazador de una praxis médica entregada a la videoconferencia. No podía imaginar que la voluntad política de Díaz Ayuso llevara las cosas por ese camino de forma tan inmediata. Por la manera de hacerlo, parece que lo más grave de la situación es que ni siquiera el gobierno de la Comunidad de Madrid ha pensado con seriedad ese método. Recurre a él como una patada hacia adelante con el deseo de escapar de una política desastrosa que ha llevado la medicina pública madrileña al colapso.

Una política cuestionable, como es canalizar la praxis médica por videoconferencia, todavía se vuelve más caótica cuando los proponentes no parecen haber pensado las condiciones de posibilidad de su implementación. A la problematicidad de la medida, se añade también la improvisación y la inconsciencia. Los resultados serán inevitablemente catastróficos.

Es problemática la videoconferencia porque la relación médico-paciente es una relación ética entre una persona sufriente y un conocedor de la enfermedad. Como sucede en toda relación ética, ninguno de los dos actores puede prescindir de ese tipo de saber del otro que sólo obtenemos cuando nos miramos a los ojos. Pero, además, cuando la relación ética tiene como finalidad conocer un cuerpo sufriente, la noticia de ese cuerpo no puede reducirse a imagen. Un cuerpo vivo se conoce en su presencia expresiva. Entre esas formas de hacerse presente, la expresión de la vida en la mirada es completamente necesaria para el reconocimiento del otro. Los seres humanos hemos desarrollado un complejo sistema de sinestesia cuando queremos identificar el estado del otro. Solo así obtenemos una idea del estado anímico de una persona. Todo eso no se puede crear ni generar a través de una videoconferencia.

Como toda relación ética, la que se da entre médico y paciente tiene condiciones concretas de posibilidad. La fundamental es que den tiempo a mirarse a los ojos. La forma en que se ha degradado el sistema sanitario madrileño incumple todas esas condiciones. El refugio en la automedicación está a la orden del día; la relación agresiva se abre paso en los consultorios de forma cada vez más frecuente. El estrés del sistema se refleja cada día con más nitidez en un desencuentro profundo entre médico y paciente, frente a lo que debería ser lo normal, la cooperación entre ellos.

En estas condiciones, y sin reconstruir esta complejidad ética, imponer la desnuda mediación de la pantalla en la consulta on line agrava el problema. Así se elimina de raíz la posibilidad de obtener la confianza y se da por supuesto que no se puede generar. La consulta on line sólo puede funcionar bien sobre la base de una intensa relación previa médico-paciente. Esta solo se puede conquistar de forma presencial. Mejorar esa relación presencial es lo que reclaman los profesionales, con toda la razón. Porque cuanto más utilicemos la mediación técnica, más profundas tienen que ser las compensaciones éticas. Por eso, los responsables políticos de la Comunidad de Madrid, al proponer una medida sin ningún tipo de preparación, se comportan a la vez como irresponsables e ignorantes.

Cuando se tratan al margen de la forma ética, los seres humanos se reducen a meros objetos administrados. Eso lo pueden hacer las máquinas. Introduces unos datos, y recibes unas prestaciones. Por eso el burócrata perfecto, ese anticipo humano de la máquina, no necesita mirar a la cara. La máquina tampoco. Quizá vamos a una sociedad en que los seres humanos seamos puros administrados. Pero entonces la ética, que es la base de la relación social viva, ya no tiene oportunidad. El acto médico no pude ser reducido a una administración. Los médicos no tratan cosas.

Lo que al médico se le comunica no es un conjunto de datos sobre cosas, sino el estado sufriente de una persona. El paciente no espera la recepción de otros datos, como indicaciones farmacológicas. Lo que el paciente obtiene mirando a los ojos del médico, y solo puede hacerlo así, es la confianza de que el médico se hace cargo no de uno datos, sino de él, en su integridad personal. Y necesita hacerlo porque sólo eso le dará la certeza de que el saber médico es relevante para él, y no para un genérico cualquiera; de que es significativo para él, de que se refiere a él. Y necesita saber que es así para disponerse psíquicamente, con confianza, al inicio del proceso de mejoría.

Para que se ponga en marcha esa energía que permite mejorar, el paciente ha debido sentirse reconocido. Ese sentimiento solo se obtiene cuando dos seres humanos se miran a los ojos. Acababa yo aquella conferencia recordando que la cooperación ética de paciente y enfermo no será posible si no hay una lucha conjunta de médicos y pacientes para fundar las condiciones de posibilidad de una praxis médica que cumpla la forma de una relación ética. Ese es un buen objetivo común de la acción política, hacer posible una vida ética madura entre la ciudadanía. La otra opción es acostumbrarnos a vivir como cosas administradas por máquinas. Hay que elegir.