Para algunos, la próxima Copa del Mundo de Fútbol no deja de ser más que un negocio, un pelotazo económico que —¿inexplicablemente? —fue a para a Qatar. Sin embargo, más allá de despachos y maletines inconfesables, es un acontecimiento que mueve pasiones en todo el mundo y exhibe el orgullo patrio de los pueblos. Tiempo atrás, este sentimiento de pertenencia se dirimía en un campo de batalla. Hoy se hace en un terreno de juego. En países como Brasil, Argentina o Uruguay, el mundo se detiene y el Mundial se convierte en una cuestión de estado.

Aquí no se espera tanto, por supuesto, pero cuando juega la selección española las calles se vacían y, a medida que el equipo avanza en la competición, algunos hasta sacan el orgullo patrio del armario. Todos recordamos el éxtasis del gol de Iniesta y las ciudades desbordadas de banderas que nada tenían que ver con las aglomeraciones «facha», tal como se encargan de malmeter algunos.

Puedo decir que he viajado lo suficiente para asegurar que no conozco un país que se avergüence de su bandera, ni que sus ciudadanos no tengan el suficiente valor de entonar su himno. A los pueblos se les saltan las lágrimas al cantarlos; al español le saca sarpullidos. Y hay que hacérselo ver, y mucho, porque si España avanza a buen ritmo en el Mundial, algunos acabarán sujetando la bandera ante notario, justificando que lo hicieron solo y por la causa de una emoción desmedida… por las circunstancias.

Para ahondar en esta desafección a los símbolos patrios, creo que no ayuda en nada esa obsesión gubernamental por exhibir heridas y enfrentamientos que acabaron hace ya 50 años, trayendo para la disputa una dictadura que comenzó hace, nada más ni nada menos, ya cerca de 100. Esa memoria democrática —quizás bien intencionada para algunos —, siento que divide mucho más que lo que rezarse a sus víctimas. Para algunos, la aseveración de Maquiavelo «el fin justifica los medios» avala cualquier tipo de justicia histórica. Sin embargo, para mí se trata de jugar con los justos sentimientos de una parte de la población por oportunismo ideológico. Parece que el divide y vencerás sea el eslogan de esa poderosa minoría que impulsa traer al presente lo que la sociedad ya ha cicatrizado y, la mayoría, no ha conocido. Es lícito continuar desenterrando generales, remover fosas comunes o cambiar nomenclaturas de los lugares públicos. Sí, lo es. Pero desde mi punto de vista, enfrenta innecesariamente a los españoles y contribuye a renegar de aquellos símbolos tan manoseados por la dictadura franquista.

Lo cierto es que arranca la Copa del Mundo de fútbol, un escenario de pueblos y naciones, y creo que hace mucha falta para trivializar las cosas. Entonces sentiremos envidia y admiración al ver cómo los países exhiben sus banderas y nosotros… Nosotros tendremos que ir a desenterrarla de alguna fosa de nuestra memoria, plancharla y colgarla en los balcones.