Observo a un adolescente negro sentado en el banco de una plaza. Juega con su móvil aprovechando que existe wifi libre en ese entorno. Me dice que se llama Alex y que tiene 18 años, en un castellano por afianzar. En su mirada contemplo una adolescencia de poco tiempo. Me lo volveré a encontrar de noche con dos grandes bolsas de plástico a cada hombro, ofreciendo diversas prendas de ropa en las terrazas de los bares. 

En el otro extremo se sitúan las vivencias del policía Ricardo Ferris, ex inspector de la comisaria Centro de la ciudad de València. Sus manifestaciones efectuadas recientemente sobre delincuencia e inmigración provocaron su cese inmediato por el ministro Marlaska y el repudio de la delegada de Gobierno, Pilar Bernabé. Las declaraciones del citado policía fueron negadas tajantemente señalando datos nacionales que contradecían sus afirmaciones. Más allá del ruido, lo que me preocupa de este caso es que se haya hurtado el debate a la opinión pública y se haya sustituido por el aspaviento y las medias verdades. Los papeles sobre el registro de detenidos en la comisaría Centro de la capital, al que tanto se aludió, nunca fueron expuestos a la opinión pública, detalle que, además de ser extraño, ha sido utilizado como argumento por los defensores de las tesis del ex inspector. 

A raíz de la polémica hubo incluso quien negó con rotundidad el traslado encubierto de personas inmigrantes a València -igual que ha sucedido con otras ciudades del país-, cuando es una práctica que han repetido todos los gobiernos desde principios de siglo. ¿Nadie se acuerda de un puente cercano a Campanar donde se aglomeraban cientos de inmigrantes en condiciones infrahumanas? Buena parte de esas personas habían sido trasladadas a nuestra Comunidad desde centros saturados ubicados fuera de nuestra península.

Lo que aquí se echa en falta es un debate serio de la situación actual de la inmigración: de su integración, sus dificultades y sus logros, del impacto de las repetidas crisis... Y en esa necesaria reflexión debe involucrarse la sociedad, la Administración y el tejido social que presuntamente les representa. Lo que resulta hipócrita es correr a señalar determinados discursos mientras se permanece callado cuando, por ejemplo, se da comida con gusanos a estas personas, como ocurrió hace tres meses con los extranjeros en el Centro Internamiento Extranjeros -CIE- de Zapadores. Conviene dejar la política a un lado y ponerse en serio a corregir errores y mejorar en nuestras políticas de integración. Pero está claro que es más fácil buscar enemigos que soluciones.