Mirador

Crecimiento sostenible

Robert Raga

Robert Raga

Hace pocos días, en estas mismas páginas de Levante-EMV, se publicaba un completo y exhaustivo reportaje de Amparo Soria sobre la actualidad de Riba-roja de Túria, con los principales indicadores y parámetros que retratan, pienso que, con acierto, el avance y el crecimiento de nuestro municipio a lo largo de los últimos años. Desde que accedí al cargo de alcalde en junio de 2015, me he propuesto como uno de mis objetivos fundamentales situar a Riba-roja de Túria en el puesto que se merece, tras un periodo de tiempo en el que ha transitado entre el ninguneo y el olvido. Disponemos de un potencial enorme que las estadísticas y las cifras se encargan de demostrar. Pero no sólo se trata de números. El potencial más importante son sus gentes, su tejido asociativo y su carácter emprendedor y luchador. Ese potencial que llegamos a alcanzar contribuye a atesorar un patrimonio social y cultural incalculable, que a lo largo de todos estos años nos hemos propuesto cuidar, intensificar y, especialmente, divulgar y ponerlo en valor.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) publica de forma periódica el número de habitantes en cada una de las localidades de España cuya difusión sirve para trazar la evolución experimentada a lo largo de un periodo de tiempo. En el caso de Riba-roja, tal y como se asegura en la citada información, la población se ha duplicado ampliamente en las últimas tres décadas. De los 9.778 vecinos del año 1991 a los 23.555 habitantes de la actualidad. El aumento es, ciertamente, espectacular. Se ha incrementado el número de habitantes, el casco urbano se ha expandido y las áreas industriales se han desarrollado de forma vertiginosa. Todo al mismo tiempo. Sin embargo, estas cifras no sirven de nada si no van acompañadas de un incremento de los servicios públicos, de las prestaciones sociales y de las infraestructuras necesarias para atender, como es debido, a toda la población. Por tanto, el aumento poblacional no sirve de nada si, paralelamente, no dotamos a la localidad de los mecanismos que sirvan para asegurar una calidad de vida. Y en esa tarea nos hallamos, ciertamente.