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Las escrituras

Filosofía

Las escrituras

Las valiosas posiciones de alteridad que Derrida hizo posible en la escritura (y para él no había fuera de escritura), en la obra de Lévinas se encuentran en la forma de una responsabilidad que siempre va más allá (y para él no había fuera de responsabilidad), va a la historia, al siglo XX, del que el XXI no ha salido

La inestimable pregnancia de las letras se guarece en cada libro. En los límites del discurso y arriesgándose a «no-querer-decir-nada», cada libro de J. Derrida recompensa la exigente dedicación que requiere su lectura. En las 3 entrevistas (textos flotantes, transcripciones), realizadas entre 1967 y 1971, recogidas en Posiciones, se le preguntó a Derrida por cuanto había publicado hasta entonces, en especial por De la gramatología (1967). Lo fascinante de este libro todavía es actualidad. Se necesita de la deconstrucción y de la entrega a la archi-escritura (resultante de desprender la escritura de la palabra, de no someter la primera a la segunda). «No-querer-decir-nada», según Derrida, «no es precisamente un ejercicio fácil», consiste en apartarse de las maneras de decir impositivas, de las identidades fuertes y excesivas. En otros términos, también E. Lévinas, a lo largo de toda su vida, se centró en esta cuestión, como puede leerse en las conversaciones de Ética e infinito.

Entre las 3 entrevistas de Posiciones se bosqueja qué es un texto y, por supuesto, qué es la escritura, pese a que algunos lectores insisten en que Derrida es ininteligible y no encuentren en él uno de los más apasionantes accesos a la metafísica que quiso superar. El movimiento de la différance, diferir el sentido único de la presencia y su contraposición lógica, tiene algo de deber. Con J. Kristeva, en 1968, Derrida habló de otra escritura, de la que desmonta el Curso de lingüística general de Saussure, recusando su noción de «signo» (significado/significante). Según Derrida, un texto no tiene la obligación de adquirir la forma de libro, pues se trata de la diseminación, de la «multiplicidad irreductible y generativa». La escritura rompe la linealidad y se sale de la página, se salta los bordes. Es preferible no abolir las escrituras. Ninguna está de más. Ello permite las «posiciones de alteridad». Todos los textos tienen sus momentos. Derrida: «Defino la escritura como la imposibilidad para una cadena de detenerse en un significado que no la reactive por haberse colocado ya en posición de sustitución significante». La diferencia acaba por unir las partes de lo que deconstruye. El Parménides de Platón, aun, es su remanso de paz.

Derrida revaloriza el poema de Mallarmé escrito en una doble página. (Deleuze también dijo que la operación del pliegue era la más importante de las páginas). La expansión total del trazo distribuye elementos en los planos. La naturaleza espacial del texto lo convierte en un cuadro. Coup de dées confisca la totalidad de sucesiones, de textos-pliego. La página es el despliegue de un espaciamiento inherente. Una constelación de signos y vacíos, de oquedades significantes. Es la constelación que Derrida ve en las aguadas C. Deblé. Ecolalia e ingravidez, aquella atención flotante de la sublime Eco que, castigada por Juno, no podía hablar nunca la primera. Se limitaba a citar las últimas palabras, pero en su diferencia. Ya eran otras.

Hay escrituras. Hay lecturas. El texto es el lugar de la desunión íntima y la máxima atención a las alteridades, irreductibles, que se demoran progresivas, aclaró Derrida en Papel máquina. Pliegue sobre pliegue, un texto es una colectividad, como lo son estos dos libros hablados de Derrida y Lévinas. Siempre hay alguien más. Cabe percibirlo, si no, es como pasar páginas y días con dedales de hierro y no enterarse de nada.

En la página queda impregnado el vacío, entrelazado, estableciendo una relación máxima, absoluta dice Lévinas. Los espectros de los Otros y las alteridades se inscriben, dibujados o escritos, en el rostro de una página o sobre un lienzo. En Anthropometry Y. Klein habló, en azul, antes que Deblé. El texto nunca se desprende de su soberanía, pese a ser una pieza tironeada mil veces por mil hilos, pieza que nunca queda absuelta, pues es un equívoco la lógica de lo desatado. «Rostro y discurso están ligados», dice Lévinas, y la literalidad puede ser una enemiga.

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