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Los 70: El baile de los malditos

Los 70: El baile de los malditos

En 1960, el manifiesto publicado en Film Culture, con los hermanos Jonas y Adolfas Mekas, Peter Bogdanvich, Robert Frank, Andy Warhol y otros firmantes, decía lo siguiente: «No queremos películas falsas, apañadas, pulidas, si es preciso preferimos películas toscas pero vivas. No películas rosadas, sino películas del color de la sangre.».

Pese al silencio del régimen y su mordaza, los universitarios e intelectuales llevan tiempo moviéndose. Sin embargo, frente a la ortodoxia de lucha política de la oposición y sus militantes, los artistas, los creativos tienen una visión multidisciplinar. Una de las maneras de escapar al tedio es vivir y hacer como si estuvieras en Londres o Amsterdam o San Francisco. Esas vanguardias de las democracias se cuelan por todas las rendijas.

Crece una cultura callejera del pop, con la emergencia de tres factores con que no contaba el sistema: el sexo y la explosión de igualdad y libertad sexual; el rock, la música y las artes vanguardistas y las drogas que comienzan a hacer su tímida aparición con las anfetas y el hachís. Las librerías cuentan con trastiendas clandestinas para suministrar los libros y discos prohibidos; los cine-clubs religiosos son el caballo de Troya por donde entra el cine subversivo.

Y ante el ambiente mediocre y santurrón, el arte se concibe como juerga. Como un happening de protesta y disfrute. Como improvisación y experimentación. Es la hora de los creadores lúdicos y libertarios valencianos como Rafa Gassent y Francis Montesinos; de los inicios de Miquel Navarro, todos muy jóvenes pero muy emprendedores.

El universo cultural está marcado por las escuela de pensamiento francesa: Barthes, Bataille, Artaud, Foucault (Las palabras y las cosas,1966, y Arqueología del saber, 1969), Lire le Capital, de Althusser, Harnecker, Derrida, Sollers y Kristeva; Francis Ponge, Nietzsche, Deleuze y su Lógica del sentido, de 1969, Lacan y Pasolini. En la música las jóvenes generaciones están descubriendo y combinando a Zappa, Reed, Vivaldi, la música americana, Bach, Monteverdi, Stones. Hay dos autores que van a marcar a esta generación Godard y Eisenstein.

El caldo de cultivo es la explosión de creatividad de los jóvenes valencianos comprometidos con su tiempo. Por un lado, acabar con la dictadura, por otro respirar la cultura que les es vedada. Y como un cuerno de la abundancia, entra el pop, el cine independiente americano, los teóricos marxistas de la escuela de París, el psicoanálisis, el realismo mágico. Libros iniciáticos como Si te dicen que caí, de Juan Marsé, El lobo estepario de Hesse y Cien años de soledad. Aparecen nuevos actores culturales. Algunos vienen de las comarcas atraídos por el ambiente cada vez más abierto de la ciudad, otros pertenecen a su corazón universitario, la élite progresista. Todos van a participar de alguna manera en el cine underground, aunque a la postre el resultado no sea más que aire. Un juego para epatar al burgués.

El Parterre y sus alrededores se convierten en un escenario propicio para los artistas y bohemios. Los que vienen de Ibiza y traen los primeros canutos de kiff marroquí. Allí tienen sus estudios jóvenes y prometedores artistas como Miquel Navarro y Horacio Silva. La literatura valenciana más joven cuenta con Ferran Cremades, Rafa Ferrando, Josep Lluis Seguí, Isa Trolec, Gandía Casimiro y el poeta Eduardo Hervás, La Bola.

El estallido valenciano tiene dos picos interesantes. La filmación de Orfeo filmado en un campo de batalla, en 1968, de Antonio Maenza y en 1970, la de Salomé, de Rafael Gassent. Ambas en 16 mm. Ambas caóticas pero muy modernas. En las dos producciones clandestinas aparecerán todos los chicos y chicas listos del momento. Una mezcla de universitarios telquelianos y marxistas neohippies.

Orfeo, basada en el mito clásico en versión megalibre, se financia con dinero del poeta Eduardo Hervás y los actores principales son Rafael Ferrando y Luis Puig en los papeles de Orfeo; Maite Larrauri en el papel de Eurídice. El director es el fenómeno Antonio Maenza, un turolense de ventipocos años que aterriza en la ciudad y que lleva las credenciales que le ha dado el icono del cine independiente Pere Portabella; también ha colaborado con Saura y Buñuel. Es el momento de los situacionistas que se sitúan en las antípodas de la tribu local de izquierdas.

Maenza llama al crítico Augusto Martínez Torres para la cámara, pero a éste no le gusta la espontaneidad del asunto y se vuelve a Madrid. Se encargó la filmación a Narciso Sáez, sociólogo y miembro del FRAP. La película se rodó en el palacio de la familia de Mariscal, los Errando. El estreno -de forma clandestina, con el boca a boca de aquellos tiempos- se hace en los bajos de la librería Viridiana que entonces llevaba Enrique Pastor, uno de los fundadores de la Cartelera Turia. Maenza filmará más tarde De la cábala 9 en 16 para 4 en 8. Son nueve las personas que participan en el rodaje, Maenza, Rafa Ferrando, Gassent y Lluís Fernández son los cuatro realizadores.

Según el profesor de cine Jenaro Talens: «Lo importante de esta gente es que concebía esa forma de hacer cine como una manera de intervenir políticamente en la situación: la lucha política; ese componente no lo había en el otro cine y eso lo hacía más peligroso y lo condenaba a muerte de entrada». El catedrático de audiovisual, abundó: «De ahí podían haber salido cosas interesantes, con cierta continuidad, si hubiese habido un lugar donde insertar toda esa energía; pero el desarrollo de la industria iba por otros caminos y no era fácil que personas así las quisieran integrar. Desde el punto de vista industrial eran proyectos condenados al fracaso de antemano. Pero no por eso ha perdido una fuerza teórica que sigue viva» (*).

Dos años más tarde de Orfeo, Rafael Gassent inicia el rodaje de Salomé. Frente al radicalismo político de la película de Maenza, la de Gassent es lúdica y sensual. Los actores son mucho más pasotas y jóvenes.

«El rodaje -señala el propio Gassent- creó una expectación enorme en toda la gente que estábamos interesados en una nueva cultura, lo que llamábamos la contracultura; una actitud intelectual combativa contra lo que se nos imponía: la censura, la represión; entonces era la forma de liberarnos un colectivo. Participar en la película sin importarles si tenía que ver con el guión o no, salir allí era un espectáculo, una liberación». (**)

Tras los pioneros experimentos de los años 60, aparecen aquellos que quieren hacer cine más profesional. Pedro Uris y su El rugido de las ratas, de 1973 que es su última obra como superochista. Y luego está Casimiro, el pionero absoluto, con La más tierna infancia de nuestra corrupción, 1966-67. La primera en 16 mm. «Una pieza coral sobre la iniciación sexual de un joven».

Una Mostra Maratón del Cinema Valencia en CEM de Sipe, en abril de 1978, parece ser el epitafio de toda una generación de independientes, entre ellos: Sento Bayarri, José A. Bonache, Ferran Cremades, Jesús de Val, Angel García del Val, que con su película Cada ver es, se puso en la cima de la calidad, Francesc Jarque, Lluís Rivera, Juan Vergara, María Montes, Josep Lluís Seguí, Rafael Calatayud€

(*) El baile de los malditos. Cine independiente valenciano. A. Muñoz. Filmoteca de la Generalitat, 1999.

(**) Ibid.

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