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Como el gran porvenir

Como el gran porvenir

Para morir iguales es una novela difícil de clasificar. Podemos encontrar en ella un relato de formación, en el que la ausencia de los padres juega un papel importante, una historia de serie negra y a la vez de detectives clásicos, una sátira y también el retrato de un momento reciente: la transición, y de una generación: la de los nacidos a principios de los 60.

La historia comienza en noviembre del 75 con un cadáver que no es el de Franco sino el de un chico de doce años. Un comienzo impactante que establece el tono sin contemplaciones del relato. La voz que narra es la de Pedro Ochoa que, en primera persona, recuerda su infancia en un orfanato, su adolescencia en casa de sus abuelos, su juventud y episodios de su vida adulta con idas y vueltas en el tiempo.

Si la generación del tardofranquismo fue retratada de manera precisa, cruel y genial por Miguel Espinosa en La fea burguesía, Rafael Reig hace lo mismo en esta obra con la generación y el periodo siguientes.

En Para morir iguales, como suele suceder en la mejor literatura, hay humor y desolación a un tiempo. Humor, a veces algo surrealista, como el de las apariciones de la «Virgen» en las noches del protagonista y en unas famosísimas fotos de aquel momento. Un humor que permite sobrellevar la disección certera y lúcida de un periodo que fue espléndido pero también, al menos en parte, decepcionante.

Entre los elementos de esa disección me gustaría destacar algunos hallazgos, en los que el lector encuentra expresados de forma precisa asuntos a medias intuidos, como la expresión «personas atractivas», que define un tipo que comienza a gestarse en aquellos momentos en los que el país empezó a cambiar y que quizá encuentra ahora mismo su máxima expresión. Una sociedad que comenzó entonces a otorgar valor a ese atractivo alejando el éxito y la felicidad, al menos teóricamente, de quienes no lo poseen y saben que nunca lo harán. Aunque, finalmente, en una nueva vuelta de tuerca, Pedro Ochoa señala la existencia de un grupo situado siempre por encima de las personas atractivas: los ricos, ellos no necesitan ser atractivos.

Otros de estos hallazgos son la distinción entre la vida real y la vida efectiva, o entre la verdad y lo cierto.

Las peripecias de Pedro Ochoa nos muestran la desorientación, el sentimiento de culpa, las aspiraciones de mejora (que él mismo califica de manera irónica como el «Gran porvenir»), de aventura, de cambio, de gozo de un adolescente que comienza su vida en un orfanato regentado por monjas del nacionalcatolicismo y busca, siempre un poco perdido, algo que él mismo no acierta a concretar: amistad, sexo, amor, dinero o solo escapar de una vida rutinaria.

Acompañando a nuestro héroe o antihéroe, como se prefiera, un grupo de magníficos secundarios: el gran Carlón, Pardeza, la Virgen malagueña, Sorpi, sor Auxi, Paquita, Mercedes, Escurín? Todos ellos viviendo los cambios políticos y sociales de aquel momento: aparición de los partidos políticos, consenso, elecciones, terrorismo, colegios mixtos, destape, la movida, el despegue económico, las consecuencias de la desregulación y las crisis? Todos ellos intentando sobrevivir de la mejor manera en un país transformado que parecía ofrecer nuevas oportunidades.

Las andanzas de los personajes muestran la delgada y en ocasiones inexistente línea entre negocios, finanzas, práctica del derecho y delincuencia en un momento en el que el Ministro de Economía presumía de lo fácil que resultaba hacerse millonario en España. Porque las ansias de libertad y de justicia tan invocadas a la muerte de Franco desembocaron para perplejidad de muchos en el pelotazo.

Llama la atención lo pronto que olvidamos los desastres provocados de forma recurrente por las épocas de expansión económica y desregulación que invariablemente, nos recuerda Pedro Ochoa, vienen seguidas de recesión y catástrofes personales. Movimientos económicos que parecen organizados siguiendo el modelo de los casinos en los que los infelices pierden fortunas y solo gana siempre la banca.

Pero en Para morir iguales también hay asuntos más gozosos, los que vienen ligados a referencias literarias que son compartidas por los lectores de esa generación, la mía. Seguramente eso me ha permitido disfrutar aún más de esta lectura. Sandokan y su fiel Yáñez, Watson y Holmes son también para mí amigos de la adolescencia, compañeros inolvidables aun siendo modelos contrapuestos: la racionalidad y el arrojo y la aventura. Para Pedro Ochoa, como para muchos de nosotros, la lectura es un refugio y un placer: abría un libro y saltaba por la ventana, hacia la oscuridad y la aventura donde siempre me acompañaba un nuevo amigo: Tom Sawyer, Pip, Gabriel Araceli, Miguel Strogoff o Pedrito de Andía.

El amor por el lenguaje, las lecturas y las múltiples vidas que en ellas encuentra son rasgos constantes que definen el carácter del protagonista, elementos invariables a lo largo del relato que Pedro Ochoa escribe para nosotros.

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