Mempo Giardinelli es un prestigioso escritor argentino, nacido en el Chaco, al Nordeste de Argentina, y pasó a la fama, entre otras cosas, por su novela Luna caliente, traducida a 26 idiomas y llevada al cine hasta tres veces, siendo la última versión aquella que Vicente Aranda quiso sacar a la luz pública en 2009, varios años después de su publicación en papel. No es un escritor al uso: su voz destila compromiso, denuncia (vivió varios años en el exilio argentino), pero también una capacidad de hacer poesía con su fluida y profunda prosa. Y quizá, por ello, finalmente, nos entregue el último de sus libros, Tanta noche, donde el verso copa la forma de manera definitiva. Y menos mal que ha dado ese paso, pues estamos ante un libro genuino, intenso, bien escrito, sin fisuras y con un atrevimiento formal admirable.
Cinco partes componen este libro de poemas y esto va desde el verso libre, pasando por la oda y finalmente por un conjunto de diez sonetos finales, escritos con una delicadeza resaltable. Con Tanta noche parece regresar al panorama poético español ese viejo marco de Venecia, que algunos poetas del siglo XX explotaron, aunque su recorrido escénico fuera corto, pasajero, lúdico. En este caso, en el centro del libro, con ese capítulo tres, en el que se dan cinco poemas consagrados a la ciudad italiana, el poeta nos saca de esas calles frívolas del esnobismo esteticista, y nos acerca a esa ciudad del amor, donde la intensidad fluye, donde todos fluimos de algún modo, hacia el origen de cierta emociones que se nos van y regresan, que nos llevan en una deriva que no controlamos. Y esto es una importante nota de novedad, al menos para los grandes estudiosos de ese barro siempre resbaladizo llamado historiografía literaria.
Pero tiene muchas más aristas este libro: la noche, como es lógico, se posiciona en un privilegiado lugar, no sé si de revelación, pero sí como telón de fondo de un constante hallazgo emanado de la reflexión final. La luz es solo un camino de conocimiento, una posibilidad que no siempre ofrece el mejor resultado, porque nuestras emociones son también tensas y oscuras, como esa noche que se alarga, se hace tanta y nos viste tanto. Solo la mente el ser humano sabe conjugar (y no siempre) ese tiempo que nos pone ante el umbral constante de lo que pudo ser y no fue o, simplemente, lo que sí fue a pesar de todo. Y todo ello con un tono que a veces parece desafiante, como de resistencia ante lo que habrá de venir y lo que vino.
Ciertamente, el poeta se enfunda aquí el traje de estabilidad, un kit de supervivencia emocional, tras los desengaños amalgamados por tantos días de espera. Pero esa voz quiere resistir a los empujes de la tristeza y el desengaño, aunque sea desde el equilibrio que le produce expresar esa misma tristeza y el desengaño bajo la alfombra del calendario.
Por tanto, no se trata de un libro que se libera en el patetismo existencial, ni se regocija en el dolor porque el poeta no tiene más argumentos: no, ese no es el camino de este libro, que se agarra con fuerza a la voluntad del yo, a su convencimiento de que el ser humano está hecho de fracasos y de renacimientos constantes, porque la noche se puede atravesar, se vence con ese amanecer que cada uno se guarda para sí mismo. Y resulta curioso que sea un libro que se sostiene por ese afán de querer seguir luchando por la vida y no caer en el ensimismamiento, en esa derrota constante. Tanta noche, sí, pero a la que me enfrento con mis herramientas humanas: la esperanza, la ilusión, la voluntad. Y esto lo tiene de Unamuno, que no es una influencia cualquiera: hay que saber merecerla, y sin duda, Mempo Giardinelli, bien se ha ganado tan cualificado honor.
Desde luego, si quisiera leer un libro de poemas capaz de acercarme a la realidad más honda de lo que a veces pienso y siento, buscaría este libro, que cuenta, además, con el acierto de la editorial Calambur, tan atenta siempre a publicar libros de gran interés. Felicidades de antemano, entonces, a quienes decidieron llevarse este libro a su casa.