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Lumpen supernova

Los libros con títulos rotundos y originales están obligados, desde antes de empezar, a mantener su alta respiración, su tono poderoso. No es lo mismo titular algo, en sordina, «Soledades, galerías y otros poemas», como quien pide disculpas por tener que poner un título a los poemas que ha ido escribiendo los últimos años; que ascender a la cumbre de una montaña imaginaria para gritar desde allí, por ejemplo, «Más allá del bien y del mal», o «En las cimas de la desesperación». Los títulos obligan y comprometen mucho: al lector y, sobre todo, al escritor.

Emilio Martín ha titulado así, con ese destello, a caballo entre el milenarismo, el mileurismo y el punk interestelar, Lumpen supernova (Visor, 2019), su segundo libro de poemas, con el que ganó hace unos meses el premio Emilio Alarcos 2018. Después de su espléndido debut con Lloráis porque sois jóvenes (Visor, 2016), este nuevo poemario confirma las virtudes de un poeta sabio, intenso y emocionante.

Emilio Martín está escribiendo la crónica desencantada de su generación. Sus poemas constituyen una forma de resistencia estética contra un mundo globalmente alienado y alienador, en esta etapa del postcapitalismo universal, que nos regala, como consuelo médico, una realidad de bazar chino que imita la verdadera realidad, a precios low cost.

La explosión de energía estelar que supone toda supernova representa aquí la rabia contenida del poeta, que también explota, por distintos motivos, en diferentes lugares de su esfera celeste privada: el mundo laboral y sus servidumbres, el conflicto de nuestra identidad cambiante (que parece desaparecer, como si fuese arena, entre las manos), la doliente conciencia de clase, el paso del tiempo y los peligros que nos acechan en él.

En cierta forma, Emilio Martín es el más brillante representante de una nueva poesía civil que desenmascara, en su desolación, las trampas de este presente perverso que atenta contra todos nosotros. Una nueva poesía social hecha de distancia, de ironía, de elaborada tradición poética española (desde los autores del 50 hasta maestros recientes como Manuel Vila o Antonio Cabrera), que hace saltar por los aires, en su estallido, los artificios de nuestra vida cotidiana.

Lo que queda después de la explosión de las supernovas, hasta que se apagan, es un destello de luz, la luz del poema que ilumina los pocos lugares en que nos salvamos a diario: el amor hacia quienes nos rodean (es magnífico el breve «Dalsi», que contiene la síntesis de todos los miedos con que los padres vivimos en la tierra); y también la belleza, y el arte, y el deseo, y la lucidez crítica, y el sentido del humor, y la amistad, y el mismo hecho de la escritura, mediante la que los escritores procuramos redimirnos.

Los títulos rotundos y originales obligan a los poetas a escribir libros originales y rotundos. Pero cuando lo consiguen, el lector siente esa extraña alegría de la emoción estética, que es también una forma de explosión astral.

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