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Cerebro físico, cerebro íntimo

Libro

Cerebro físico, cerebro íntimo

Una alternativa filosófica a la concepción cientificista de la naturaleza humana

Hace unos días, en una entrevista realizada a raíz de la edición de su libro El cuerpo humano, le preguntaron a Bill Bryson si en su viaje al cuerpo ha encontrado algo que explique la conciencia. El divulgador científico respondió que eso era una cuestión filosófica y no anatómica. Y puntualizó: «sentimos la conciencia, pero, ¿cómo definirla? Fisiológicamente no sabemos lo que es pensar». Esta respuesta no es la que siempre oímos en el ámbito de lo que se denomina positivismo o cientificismo, y que va unido a una pregunta: ¿la ciencia terminará por quitar todo el espacio a la filosofía?

Ortega y Gasset ya se planteó esta cuestión y la resolvió con su habitual genialidad: la vida no puede esperar a que las ciencias expliquen científicamente el universo. La vida es siempre urgente, y la cultura no puede esperar. Pero, aun así, Jesús Conill trata de explicar en su último libro, Intimida corporal y persona humana, que no es que no pueda esperar, sino que, aunque se mejore al máximo la explicación, siempre hay ámbitos a los no llega la ciencia.

En este sentido, el catedrático de ética de la Universitat de València y, sobre todo, un humanista, reconoce que la ciencia tiene una función primordial en nuestra sociedad, pero no es el único modo de conocer la realidad de lo humano.

La reivindicación de Conill es que el ser humano es biológico (no hay duda), pero también cultural e histórico (no hay duda tampoco). Desde esta perspectiva, alumbra una alternativa a la tendencia naturalizadora que sigue la estela de Nietzsche, y su interpretación del ser humano desde la «razón del cuerpo», y de buena parte de la filosofía española (Ortega, Zubiri, Laín Entralgo), sin olvidar a Habermas.

El reto es repensar el viejo concepto filosófico de la «naturaleza humana» sin caer en una explicación exclusivamente biológica.

Y es ahí donde este libro nos adentra en el campo de la neurociencia que está tratando de explicar dicha naturaleza a partir de la consideración del cerebro humano solo desde la perspectiva física. El trabajo de los neurcientíficos es básico para conocer el cerebro y prevenir enfermedades, el problema surge cuando se salen del campo científico y quieren invadir otros como, por ejemplo, hablar sobre la libertad o la autonomía. El buen neurocientífico, que defiende Conill, no extrae consecuencias fuera de la investigación empírica. Y solo están sustituyendo el eslogan que no hace mucho tuvo un gran eco, «somos nuestros genes», por «somos nuestro cerebro». Somos más allá de nuestros genes, y también de nuestro cerebro (físico), es la respuesta de Conill.

Una respuesta que se encarna en el concepto de biohermenéutica, con la que Conill toma como base el respeto por la biología, pero añadiendo la hermenéutica. Es decir, la vida, en su rica diversidad y pluralidad, está abierta a diversas interpretaciones. Una de ellas, la biológica. Otra: en el ser humano hay elementos no lógicos, corporales, metafóricos, lingüísticos; y, antes de haber pensado, se tiene que haber inventado, poetizado (Nietzsche). Su inteligencia es sentiente (Zubiri).

El eje de todo ello surge del concepto de «intimidad», ya que nos ayuda a distinguir entre naturaleza (lo que una cosa es) y persona (que consiste en el quien, de quien es aquello que la cosa es). La cuestión es que hay una «vida biológica», pero también una vida biográfica.

Los neurocientíficos no pueden negar la intimidad porque no pueden explicarla, a no ser que se conviertan en metafísicos. He ahí el dilema. Frente a estos, Conill subraya que los conceptos neurocientíficos son interpretativos, de igual modo que la técnica es una forma de ejercer la razón, y no puede acaparar ni sustituir a la concepción filosófica. Esta sigue teniendo un amplio campo abierto.

Pensamientos, aclaraciones, que desembocan en un magnífico y vital libro repleto de cargas de profundidad, pero siempre abierto a la voluntad de poder ofrecer una tesis clara a partir de una imponente argumentación. Esta es su base (por altura).

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