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El caminante

Música callada

El pasado 16 de abril se cumplieron 130 años del nacimiento del compositor catalán Frederic Mompou, fallecido hace ya 36. No es un aniversario especialmente redondo, pero siempre es buen momento para recordar su obra: una de las más personales y singulares de toda la historia de la música, la mayor parte integrada por breves piezas de piano que unen rica inspiración melódica, sencillez y concisión.

Los cuatro cuadernos agrupados bajo el título Música callada, para piano solo, publicados entre 1959 y 1967, son una buena muestra de la capacidad de delicada síntesis expresiva de Mompou. Aunque parezca paradoja, el título expresa con precisión el sentido de esas 28 piezas que definen el periodo de madurez del pianista. En realidad, esas palabras son un verso del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz: «…la noche sosegada / en par de los levantes del aurora, / la música callada, / la soledad sonora…».

La utilización, hace unos años de cuatro compases del Gran Vals de Francisco Tárrega como melodía de alarma de los teléfonos de la marca finlandesa Nokia dio al nombre del compositor de Vila-real una inesperada popularidad, incluso entre personas que jamás habían escuchado una obra suya y que ni siquiera habían oído mencionar su nombre. Puede que algo parecido ocurra con Mompou, por el hecho de que la Cadena SER utilice el tema del tercer número (Placide) del Primer Cuaderno de Música callada como sintonía. En cualquier caso, el arreglo que utiliza está muy lejos del carácter intimista que presenta en la escritura para piano de Mompou.

El compositor pasó una gran parte de su vida en París, donde se formó musicalmente y de donde volvió a su Barcelona natal en 1941, a raíz de la invasión alemana de Francia. Se suele apuntar a Debussy y Satie como principales influencias en la música de Mompou, pero no tiene ni los desarrollos del primero ni la ironía surrealista del segundo. Sus piezas pianísticas son de una extrema brevedad, muchas inferiores a los dos minutos y, en general por debajo de los cinco. El compositor prescinde de los desarrollos para buscar sonoridades propias en obras de un carácter recogido y personal. Se suele decir de él que no tuvo ni precursores ni seguidores y su búsqueda de sonidos en el piano, con armonías muy personales, está tan alejada de las tendencias del siglo XX como del folklorismo nacionalista. Los ecos de músicas populares son, en todo caso, lejanos.

Mompou era persona muy retraída y poco amiga de protagonismo social. De su timidez puede dar idea el hecho de que cuando llegó por primera vez a París, en 1911, con 18 años de edad, llevaba una carta de presentación de Enrique Granados para el director del conservatorio, Gabriel Fauré, que no le llegó a entregar. La música de Mompou invita a la reflexión y conduce a una íntima felicidad. Es terapéutica contra la superficialidad y falta de concentración de una cotidianeidad que se agota en mensajes efímeros y vacíos.

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