Je est un autre

José Luis Muñoz construye a partir de un personaje anodino que descubre un antiguo manuscrito olvidado, una historia modélica

José Luis Muñoz

José Luis Muñoz / Levante-EMV

No sé cuántas novelas lleva escritas -y publicadas- José Luis Muñoz. A veces tengo la impresión de que es como los escritores y las escritoras que en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo se curraban un par de novelas del Oeste, Policiales, Románticas o de Ciencia-Ficción a la semana. Se trataba de un oficio de supervivencia en un tiempo sometido a la devastación. Admiro profundamente a quienes son capaces de escribir historias que en nada -o casi nada- se parecen unas a otras. La artesanía de los grandes maestros. La enorme capacidad que tienen para acercarse a cualquier género y sacarlo a flote con una solvencia que me deslumbra y me sorprende siempre. No sé si hay algún género literario al que no se haya acercado José Luis Muñoz en toda la literatura suya que conozco, que es mucha. O casi toda. Desde la erótica a la llamada histórica, pasando sobre todo por la que sería su imagen de marca: la novela negra. Aquella de 1987 titulada Barcelona Negra, publicada en la inmensa colección Etiqueta Negra de la editorial Júcar. Cierto que se cuidaban poco las erratas, pero no sé si alguna otra casa editorial ha conseguido superar su catálogo de novelas imprescindibles enmarcadas en lo que podríamos llamar género policial. Ya sé que eso de los nombres es complicado. Me da igual. Sé lo que leo y allá cada cual con los apellidos que ponga a lo que lee. Que no son lo mismo Agatha Christie o Conan Doyle que Raymond Chandler o Dashiell Hammett, pues vaya descubrimiento. Por cierto: me gustan y he devorado todo lo que han escrito uno a uno cualquiera de los cuatro. Y punto.

La última novela de José Luis Muñoz lleva el título de La soledad de Hans Teodore Mankel. Es una de sus obras más extensas. No es que eso me haga mucha gracia porque las novelas que pasan de las 250 páginas me ponen en guardia. Pero dicen que nada se ha escrito de los cobardes, así que me sumergí sin la bombona de oxígeno en la historia de un personaje que podría salir de la gran novela de Musil: El hombre sin atributos. Un escritor mediocre, el mismo Mankel, trabaja de lector en una pequeña editorial que echa el cierre a las primeras páginas. En un cajón, un manuscrito olvidado. El empleado lo encuentra. Y se pone a vivir dentro de ese manuscrito. Había fracasado en su primera aproximación a la creación literaria. Ahora encuentra la posibilidad del resarcimiento. La venganza contra el crítico que lo dejó tendido en la lona de la literatura. El descubrimiento de que las vidas de otros y las novelas de otros pueden llegar a ser nuestras. «El trabajo de un escritor / se ciñe a la palabra insustancial /, a la imagen que sólo puede hallar / su existencia en otra mente», escribe Ursula K. Le Guin en un recientísimo libro de poemas. Eso más o menos es lo que hace Hans Teodore Mankel. Y eso es lo que página a página vamos haciendo quienes nos adentramos en la lectura de la que considero la mejor novela de José Luis Muñoz entre las tantas que ha escrito y publicado a lo largo de su vida.

La referencia principal para el narrador en la ficción es La montaña mágica, de Thomas Mann. Creo que está bien traída esa referencia. Pero me atrevería a añadir otras tal vez de la misma consistencia: el Pessoa en versión de Saramago (El año de la muerte de Ricardo Reis), el propio Musil, Thomas Bernhard o Robert Walser, siempre Kafka (no sé si es posible hoy día que quien escribe se olvide de Kafka, no creo), hasta la poética de los personajes misteriosos en los que abunda sin reparos Patrick Modiano. No cito esos nombres para que vean lo leído que soy (no sé si soy leído, pero sé que no soy el rey de los cretinos), sino para destacar uno de los principales valores de este libro excelente: no sólo no negar de dónde vienen el autor y lo que escribe, sino conseguir que todo cuadre para que esas referencias no crujan y dejen La soledad de Hans Teodore Mankel hecha unos zorros. Por no faltar, y tratándose de un autor de novela negra aún menos, ahí tenemos una muerte, un asesinato contado con la mano maestra que sabe que no hace falta una escena de sangre y violencia desatada para que el resultado narrativo de esa muerte sea de matrícula de honor.

El manuscrito hallado en un cajón y la novela de José Luis Muñoz se juntan hasta el punto de que, llegado un momento, ya no existe separación ninguna entre las dos historias. «La literatura y la vida se entrecruzan». Me atrevería a decir que la que estoy leyendo son tres novelas en una, y que son tres autores quienes las escriben. El mismo José Luis Muñoz, el mediocre Mankel y el autor del manuscrito olvidado, Sigfrid Luger. Cada cual es uno mismo y a la vez es otro, como en la carta vidente de Rimbaud.

Y ya ven ustedes: cuando estoy acabando estas líneas, me asalta una duda imposible de resolver: ¿vuelven los muertos a vengarse de los vivos? Pero por favor: no hagan caso de esta última digresión porque entonces nos vamos a De entre los muertos, la novela de Boileau y Narcejac con la que construyó Alfred Hitchcock su obra maestra. Así que dejo aquí lo escrito sobre la última novela de José Luis Muñoz, un artesano modélico como pocos otros en su gremio. En fin, que, si tienen ocasión, intenten leer La soledad de Hans Teodore Mankel. Y poco a poco, y hasta que lleguen al final, vayan sacando ustedes sus propias conclusiones. Y fin. 

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