U na de las grandes virtudes de la democracia local ha sido también el de la participación ciudadana directa, que ha ido evolucionando desde las primeras asociaciones de vecinos hasta los presupuestos participativos de votación directa que tiene hoy València. Es un valor más allá del voto a los partidos y entronca directamente con la más avanzada democracia popular.

Para entender esta evolución hay que retroceder más allá de los 40 años. Fue a finales de los años sesenta y principios de los setenta cuando, ya en el tardofranquismo, se produjeron los primeros movimientos vecinales en las grandes ciudades españolas y también en València, aunque no sería hasta la muerte del dictador cuando surgieron las primeras asociaciones como tal. Sobre 1976 se creó la Coordinadora de l'Horta y a partir de ahí surgieron otras agrupaciones dirigidas fundamentalmente a pedir servicios y dotaciones para sus barrios.

Eran organizaciones muy precarias en cuanto a medios, pero muy combativas por cuanto la ciudad estaba por hacer, sobre todo en las zonas donde se había concentrado la inmigración de otras partes de España. Sin embargo, la democratización de los ayuntamientos en 1979 hizo que perdieran fuerza, que sus líderes se integraran en los partidos políticos y que sus estructuras quedaran vacías, iniciando una larga travesía que acabó en los años noventa con una nueva forma de trabajar ceñida a los barrios pero con una visión más integradora y basada en las dotaciones públicas. Y así se ha llegado hasta la actualidad, un momento igualmente crucial al estar inmersos en un nuevo proceso de renovación de triple dirección. Han surgido asociaciones nuevas y paralelas de personas más jóvenes con ideas enfocadas sobre todo al medio ambiente. Se ha creado la Concejalía de Participación para someter todos los proyectos al dictamen ciudadano. Y además, se han implantado los presupuestos participativos, en los que cada persona con su voto puede proponer y decidir lo que se hace en su barrio.