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El pintor que desafía los colores y las sombras

El pintor que desafía los colores y las sombras

Una exposición repasa la trayectoria de Espinar con cuadros que llenan de cromatismo las dos ciudades que han marcado su vida: Alzira y Cabra

Antonio Espinar ha llegado a un momento de maduración personal que no solo se refleja en su pintura sino también en la esfera familiar. La edad marca la evolución personal y colectiva. Tanto es así que la perspectiva que ofrecen los años permite concluir que las musas que administran la inspiración han consentido que cumpliera su gran sueño: dedicar su vida al arte. Y no sólo eso, ha sabido transmitir a sus hijos, junto a gran parte de sus habilidades, la pasión por un oficio que requiere mucho talento y paciencia. Ha heredado el germen vocacional que conforma las estirpes y ese será también su principal legado. Ya son tres generaciones marcadas por el mismo estigma profesional. El ADN de la familia tiene muy acentuados los genes artísticos.

La fuerza de los ancestros

Fue Rafael Espinar, padre de Antonio, quien abrió la senda por la que todavía transitan su hijo y sus nietos. Cada uno a su aire, con su propia personalidad, con un estilo que, macerado por el tiempo, se torna inconfundible aunque las influencias del impulsor de la saga se mantengan vivas. La figura del progenitor se cuela en uno de los cuadros que el pintor exhibe estos días en la sala de exposiciones de la Casa de Cultura de Alzira. Sentado ante el atril y entre pinceles el patriarca parece vigilar, siempre en un segundo plano, la trayectoria de sus sucesores.

Espinar no es originario de Alzira. No hay más que oirle para intuir su procedencia. Nació en la población cordobesa de Cabra, aunque no por ello son menos visibles en su cuerpo y en su comportamiento las huellas de la mediterraneidad compartida. Llegó en 1970 a Alzira y no hizo falta que se trajera consigo esa luz tan penetrante que domina ambas regiones. La de aquí, tan potente como aquella, queda impresa con idéntica autoridad en sus cuadros, muchos de ellos paisajes naturales y escenarios urbanos de gran belleza visual, donde los reflejos solares dominan la escena con sombras imposibles.

La gestión del cromatismo es uno de los rasgos más singulares del artista. En sus lienzos no es estraño encontrar cielos azules, pero también amarillos, violetas o rosas y pinceladas verdes desbordando entre las nubes. Lo suyo es un desafío perenne. Un árbol puede estar dominado por los los azules o los rojizos y las tejas alcanzar sin remordimientos los tonos más puros del naranja. La explosión de colores que se desata cuando los ojos se acercan a la tela se recompone hasta formar una imagen nítida y detallista a poco que el espectador se aleje unos metros del cuadro. Es entonces cuando el atrevimiento se torna cuerdo y emerge con absoluto realismo la imagen captada, siempre al natural, por el artista. Con esa perspectiva, el conjunto se vuelve armónico, coherente, placentero.

Una saga que se expande

Su trayectoria ha sido suficientemente amplia como para aprender y controlar la técnica. Él lo niega. Siempre se ha considerado un aprendiz, categoría de la que más se disfruta. Pero al margen de su modestia y plena disposición al aprendizaje, parece incontestable su dominio de la paleta. Nada se le resiste. Utilizó ese camaleonismo durante su etapa de enseñante. Abrió junto a su hijo mayor una academia de dibujo que mantuvo hasta 2013, cuando José Antonio alzó el vuelo y se labró un prometedor futuro como muralista. Su otro vástago, Jaime también sigue la tradición familiar, aunque se ha decantado por la ilustración. La continuidad de la saga está asegurada.

La muestra del sueño cumplido

Espinar expone hasta el 5 de abril su última muestra, un relato pictórico personal de las dos ciudades que han marcado su vida, Alzira y Cabra. En ellas ha cumplido su meta, pintar. Es difícil encontrar un ejemplo de perseverancia similar. Ha insistido y luchado contra viento y marea. Ha creído y al final se ha llevado la recompensa: dedicar su extenso calendario laboral al arte. Una proeza.

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