Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El envejecimiento de Japón: se venden más pañales para ancianos que para niños

La incertidumbre por el covid arrastró la natalidad japonesa a sus niveles más bajos desde que hay registros

Gente en una calle de Tokio.

La incertidumbre del coronavirus arrastró la natalidad japonesa el pasado año a su peor marca desde que empezaron los registros en 1899, decía un titular de la prensa nacional. Culpar a la pandemia suena injusto porque los datos anuales de natalidad en Japón son un rutinario encadenamiento de récords negativos. No hay país en el mundo más torturado por su demografía. Las muertes sobrepasan a los nacimientos y se venden más pañales para ancianos que para niños. La población actual de 127 millones se encogerá hasta los 83 millones en 2100 y un tercio serán mayores de 65 años.  

Japón sirve de probeta para un primer mundo que camina por la misma senda del envejecimiento y la caída de la natalidad. Ahí se estudian los efectos económicos y las fórmulas para mitigarlos. La demografía no es un factor irrelevante en los 30 años de crecimientos flácidos, en aquella “década perdida” que empezó a mediados de los 90 ni en el terco fracaso de las audaces políticas del anterior primer ministro, Shinzo Abe. El desplome de la mano de obra es la señal más inquietante. El segmento entre los 15 y los 64 años concentraba al 70 % de la población en 1991 y al 59% ahora. El pasado año hubo más ofertas de empleo que solicitantes en las 47 prefecturas y la escasez de trabajadores en sectores como la electrónica o el automovilístico, tradicionales locomotoras del patrón nacional, dificulta los actuales niveles de producción.  

Lo explican variados factores. El baby boom posterior a la segunda guerra gundial fue corto, apenas de tres años cuando el resto del mundo lo prolongó durante una o dos décadas, y aquella generación se acerca a la jubilación. Su cuidado requiere de inversiones en pensiones y de mucha mano de obra, es decir, de la sustracción de recursos de sectores productivos. Lo resumió con escasa sensibilidad el ministro de Finanzas, Taro Aso, cuando pidió a los ancianos que “se mueran pronto” y “dejen de utilizar el dinero del Gobierno para sus tratamientos médicos”. “Yo no podría dormir tranquilo si lo hiciera”, añadió. El cuadro se agrava por las políticas restrictivas a la inmigración y uno de los coeficientes más bajos de mujeres trabajadoras del mundo. 

Frenazo económico

El envejecimiento es un factor muy relevante en el frenazo económico pero no el mayor, juzga Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia Pacífico del banco Natixis. “Al mismo tiempo que envejecía la población y se reducía la fuerza laboral, también caía la productividad. Muchas empresas, debido a la mano de obra escasa y cara, se fueron a fabricar al extranjero. Es decir, el envejecimiento no solo tiene efectos directos sino indirectos. Japón debería haber aminorado la externalización de la producción y acometer más innovaciones sociales como la entrada de las mujeres en el mercado”, señala. 

Abe confió en que las mujeres salvarían la economía de un país que las prefiere en casa. No le faltó valor pero decepcionan los resultados. Su participación en el trabajo ha subido del 46% en el 2012 a algo más del 50 % pero esa entrada ha sido a través de contratos temporales y peor pagados: la paradoja es que la esperada presencia femenina ha bajado más los salarios medios que revitalizado la economía. El coronavirus, además, ha castigado a las mujeres, con despidos y suicidios en niveles máximos.  

Japón había desoído los consejos para flexibilizar sus restrictivas políticas de inmigración porque temía que el aluvión de extranjeros diluyera su singular cultura milenaria. Sólo un 2,2 % de su fuerza laboral era inmigrante en 2018, en contraste con el 17% en Estados Unidos o el Reino Unido. Y, finalmente, al ultranacionalista Abe le venció el pragmatismo. La ley de 2019 permite una llegada progresiva y cuidadosa y los acuerdos bilaterales con Filipinas e Indonesia contemplan a decenas de miles de trabajadores que se emplean principalmente en el cuidado de ancianos. Pero las trabas, como los exámenes del idioma, ralentizan el ritmo.

Así que, sin mujeres ni extranjeros, Japón ha optado por estirar la vida laboral con la subida de la edad de jubilaciónprogramas de reciclaje y estímulos fiscales a los contratadores. Es habitual ver a ancianos trabajando en supermercados, vigilando edificios o al volante de taxis. Más de la mitad de taxistas en Tokio supera los 60 años.  

Japón también muestra que se puede rentabilizar el drama demográfico. Su envejecimiento ha estimulado varios sectores de la economía como supermercados exclusivos para ancianos o móviles con iconos grandes y procedimientos simplificados para hacer fotos y enviar mails. El Gobierno ha impulsado el desarrollo de robots diseñados para ayudarles en las tareas cotidianas y Japón lidera una industria que se antoja lucrativa. Un mundo que sigue la senda japonesa los espera.

Compartir el artículo

stats