Leidy Vanessa ya puede descansar en paz. Dos años y siete meses después de su asesinato, agentes de Homicidios de la policía nacional dan por resuelto el brutal asesinato de esta adolescente colombiana de 17 años que vivía en Valencia y cuyo cuerpo muerto a golpes fue encontrado enterrado el 20 de septiembre de 2008 en un paraje de Macastre. El presunto responsable de su muerte, tal como sospechaban desde un principio los investigadores de la policía y de la Guardia Civil: su padrastro, Omar P., hoy preso en su país, Colombia, por tráfico de drogas. El móvil: la obsesión sexual que sentía por la chica.

Además, los agentes de Homicidios de la policía han imputado en la muerte de Leidy Vanessa Murillo, con distintos grados de implicación, a la madre de la chica, Yenni Z.; a un vecino de Macastre, Juan Álvaro J. R.; y a otro colombiano que huyó a su país unos meses después del crimen y cuya orden de detención internacional ha sido expedida recientemente por la juez de Instrucción número 2 de Requena como supuesto coautor junto con el padrastro.

Llegar al cierre de la investigación no ha sido un camino fácil. Al contrario. La madre de Leidy Vanessa denunció el 2 de junio de 2008 que no sabía nada de su hija desde el día anterior, cuando debía haber ido a comer a casa de una amiga en Orriols, en Valencia, tras salir del instituto. Al tratarse de una desaparición de alto riesgo, por ser una menor, la denuncia llegó enseguida a manos del grupo de Homicidios de la policía nacional.

Las primeras indagaciones en su círculo próximo hacían barruntar un mal final para la joven, pero no había pruebas contra nadie. Sólo sospechas. No parecía una fuga voluntaria y algo no encajaba en su círculo próximo. Las sospechas empezaron a crecer cuando el padrastro, la madre y las otras dos hijas de ésta se fueron repentinamente a Colombia ese verano, pese a que en teoría nadie sabía nada del destino de la niña.

Casi tres meses después del crimen, una pareja paseaba a su perro por la partida de Llanorel de Macastre. El animal se puso a escarbar un montículo y acabó desenterrando una mano humana. A partir de entonces, Homicidios de la Guardia Civil entró también en escena.

La autopsia no aportó demasiados datos. Ni siquiera aclaró si hubo agresión sexual. El forense estimó, a juzgar por el estado de putrefacción del cadáver, que la muerte se había producido entre seis meses y un año antes del hallazgo. Y matizó: probablemente más cerca del año que de los seis meses. Los agentes revisaron todas las denuncias de desaparición de chicas de entre 18 y 22 años, de estatura baja y complexión delgada, y que solieran peinarse con trenzas. Analizaron la de Leidy Vanessa, pero la desecharon porque no cuadraban las fechas.

Una investigación compleja

Sólo contaban con un sujetador hecho trizas y una peculiaridad en la dentadura. Llegaron a saber que la prenda había sido comprada en una tienda de una multinacional textil alemana, pero poco más. Y que a la chica le faltaba una pieza en la dentadura inferior, aunque no había visitado a ningún odontólogo. Sólo una certeza: su ADN, pero nunca había sido detenida, así que no podía ser cotejado, en ese momento, con ninguna otra muestra.

El 25 de diciembre de 2009, la policía detenía en el aeropuerto de Barajas a la madre de Leidy con cinco kilos de cocaína en su bolsa. Según la sentencia emitida en diciembre pasado, en la que se la condenaba a cinco años por esos hechos, la mujer carecía de dinero y aceptó realizar ese viaje porque la policía española le había anunciado que había un cadáver sin identificar y que podía ser el de su hija. Tenía prisa por regresar a España, arguyó.

Ya en prisión, se le tomó una muestra biológica que sirvió para confirmar, en marzo, la evidencia genética: la chica hallada muerta en Macastre era Leidy Vanessa. El padrastro ya llevaba tiempo en el centro de la diana como principal sospechoso. Y en su entorno era un clamor la obsesión sexual que al parecer sentía por la menor.

Para entonces, la policía ya había identificado a Alvaro J. R., un conocido del padre que residía en una casa próxima al lugar donde había sido sepultada la adolescente. La Guardia Civil también lo había interrogado, pero el sospechoso no había cedido ni un ápice. A finales del año pasado, tras reunir un testimonio fundamental y otras evidencias, la policía lo detenía por su presunta participación en el enterramiento del cadáver a cambio de dinero. Era el principio del fin para dar por resuelto el brutal asesinato a golpes de una adolescente de 17 años a manos, supuestamente, de quienes más cerca tenía.

Simularon una búsqueda desesperada

El 1 de junio de 2008, Leidy Vanessa desapareció sin dejar rastro tras despedirse de sus amigas a la salida del instituto de Valencia donde estudiaba secundaria. Su padrastro debía ir a recogerla a casa de una amiga con la que había quedado para comer tras salir del instituto Benlliure, donde cursaba estudios. Pero la joven no llegó a ir nunca a esa casa.

Para ocultar supuestamente su implicación en el crimen, los padres de la menor presentaron, al día siguiente, una denuncia por desaparición en la comisaría de Trànsits, en Valencia, y acudieron a los medios de comunicación, como cualquier padre o madre preocupados, solicitando ayuda para encontrarla. Hasta difundieron su fotografía.

Es más, incluso llegaron a afirmar que alguien les había llamado por teléfono para decirles «que la tenían retenida y que la estaban prostituyendo en un local de la A-3», y, además, se quejaron de que la policía no había hecho caso a esa llamada. Mal comienzo para no generar sospechas. Sobre todo, tras su inesperada partida hacia Colombia cuando el paradero de Leidy era aún un completo misterio.