M. Vázquez, Valencia Sólo un niño vio las masacres de la Rambleta y sólo él pudo indicar el lugar exacto en el que cientos de valencianos fueron ejecutados por no compartir las ideas de sus verdugos. Fue junto al horno de cal que había en la Rambleta, con las piedras procedentes de la voladura de la Cruz Cubierta como paredón. Sin embargo, «pese a ser un lugar histórico de valor incalculable, está a punto de desaparecer», tal como ayer denunciaron Matías Alonso, ex concejal del PSPV y coordinador del grupo para la recuperación de la Memoria Histórica de la Fundación Societat i Progrés, y Luis Ramírez, coordinador de la plataforma Acció Pel Patrimoni.

Para evitarlo, requirieron al Consell Valencià de Cultura la emisión de «un informe rápido que paralice la demolición del lugar por cuestiones patrimoniales -el horno data de 1878- y por la carga histórica, de carácter universal, que tiene, puesto que fue un lugar utilizado para ejecutar a al menos un millar de personas de ambos bandos contendientes en la Guerra Civil y, por eso, debería ser un memorial en recuerdo de todas aquellas víctimas». La visión de un niño Fue el investigador José Navarro quien descubrió el punto exacto de los fusilamientos extrajudiciales al conversar con decenas de vecinos del barrio. Uno de ellos, Salvador, tuvo el valor necesario para rememorar los horrores que vio de niño a través de la ventana de la alquería en la que vivía -situada donde está la antigua fábrica de Cervezas El Turia-. Pese a que sus padres le prohibieron mirar por aquella ventana, el pequeño fue testigo de los lamentos, los sollozos y las súplicas de cada una de las víctimas que allí fueron ejecutadas.

Primero fueron los simpatizantes del bando nacional y, posteriormente, cayeron allí los republicanos en venganza por los primero fusilamientos. «Los descontrolados que volaron la Cruz Cubierta asesinaron a personas afines a la derecha y, luego, cuando el ejército nacional entró en Valencia, las ejecuciones de republicanos se repitieron en el mismo punto», explicó Alonso . La elección del mismo lugar obedeció a «una búsqueda de revancha por aquellas primeras muertes y porque, durante la II República, el horno de cal se había convertido en un punto de encuentro para los trabajadores del barrio, puesto que casi todos los vecinos estaban empleados allí y, mientras trabajaban, intercambiaban y maduraban ideas para conseguir avances sociales y económicos».