?Rafel Montaner, Valencia

En la Valencia de los tiempos del cólera -seis epidemias sacudieron la ciudad desde 1834 hasta 1890- no hubo amor, sino pánico, mucho pánico. El miedo a la guadaña de una enfermedad que podía segar una vida apenas 24 horas después de declararse su síntoma más alarmante, una fuerte diarrea que provocaba la muerte por deshidratación, generaba "mucha alarma social", explica la profesora de la Universitat de València Mª José Bágena, historiadora de la Ciencia y una de las personas que más ha estudiado el por qué el "Cap i Casal" fue una de las ciudades españolas más castigadas por este mal que vino del Ganges.

Las cuatro fosas comunes con decenas de cuerpos enterrados en cal viva halladas por casualidad el martes pasado durante unas obras de saneamiento en el barrio de la Fuensanta, enfrente de la Misericòrdia, han reabierto una página de la historia que Valencia tardó muchos años en cerrar.

Báguena cuenta que la bacteria del cólera, el vibrión colérico (Vibrio cholerae) no salió hasta 1817 del subcontinente asiático, su foco endémico originario, provocando cuatro grandes pandemias que barrieron Europa de este a oeste durante el siglo XIX. Este cuarto jinete de la Apocalipsis cabalgó por Valencia en 1834, 1855, 1865 y 1885, con dos episodios de menor gravedad en los años de 1860 y 1890.

"El cólera-continua-causó un gran número de víctimas, ya que al desconocerse el origen y los mecanismos de propagación de esta enfermedad, las medidas sanitarias adoptadas para combatirlas eran del todo ineficaces". De hecho, hasta que Robert Koch no descubriese en 1883 el microbio que causaba este mal, todo fue como dar palos contra el agua, el medio precisamente en el que vive y se reproduce el vibrión.

Medidas impopulares e ineficaces

Antes de que Koch demostrase que el mecanismo de contagio del cólera es el agua, la lucha para evitar su difusión se basaba "en impopulares medidas sanitarias que generaban más malestar que beneficios sobre la población", detalla Báguena, que cita las protestas que ocasionaban los cordones sanitarios, el aislamiento en lazaretos o las cuarentenas.

La investigadora destaca que la epidemia de 1885, una de las más mortíferas, vino precedida de un otoño muy lluvioso y un invierno de heladas que echaron a perder la cosecha de naranja, "con lo que la prohibición de exportar naranjas debido a la cuarentena, agravó más la delicada situación económica por la que pasaban muchas familias".

Las autoridades, aunque sabían que era inútil, fumigaban sin descanso con gases antisépticos vagones de trenes y tranvías porque sabían que así tranquilizaban a una población aterrorizada al ver como la mayoría de enfermos, el 80%, morían sin remedio.

Lejos aún de la difusión de los antibióticos, que no aparecerían hasta después de la II Guerra Mundial, y de los goteros con sueros salinos para evitar la deshidratación, los médicos "no podían hacer otra cosa que recetar sustancias antidiarreicas, principalmente a base de opiáceos", detalla la investigadora.

El vibrión vino en el tren de Xàtiva

El cólera asiático de 1885 entró a Valencia desde Xàtiva a través del tren, ya que según informa Bágena el primer caso que se anotó en la ciudad, el 12 de abril en la plaza Pellicers, era el de un empleado de del ferrocarril que unía la capital de la Costera con la ciudad del Túria.

Esta última gran pandemia colérica, que se extendió por Francia en 1884, habría llegado a Xàtiva "posiblemente a través de jornaleros que habían estado trabajando en la vendimia en territorio galo", resalta la historiadora, quien añade que el primer caso se registró a principios de noviembre.

De allí pasó a Beniopa, cerca de Gandia, donde el día 11 de ese mes se declaró un brote que en tres días acabó más de la mitad de los 62 vecinos que enfermaron. "Uno de cada tres de los muertos en Beniopa eran menos de 10 años", aclara, algo que se iba a repetir después en Valencia "dado que los niños al tener menos masa corporal se deshidratan antes".

La cuchilla del cólera, a diferencia de la muerte que iguala a ricos y pobres, si que se cebó entre los más desfavorecidos, ya que la mayoría de las víctimas, principalmente ancianos y niños, provenían de familias humildes que vivían en zonas "donde las aguas fecales se mezclaban con las de beber al tener un deficiente sistema de alcantarillado, como el barrio del Carme, el entorno del antiguo Hospital General o las áreas de huerta donde se regaban las hortalizas con aguas contaminadas con heces".

"Un aliado de la higiene pública"

Pese a lo cruel que fue para Valencia esta enfermedad, Báguena insiste en que el cólera "es el gran aliado de la higiene pública, pues a partir del descubrimiento de Koch, ciudades como Valencia reformaron su sistema de alcantarillado y aislaron su red de agua potable".

Las primeras investigaciones, atribuyen las fosas de la Fuensanta a un posible cementerio para coléricos de la Misericòrdia, que durante el siglo XIX aún se encontraba junto al carrer Quart. La presencia en un Parcelario de 1902, que se guarda en la Cartoteca de la Facultad de Geografía de la Universitat, de una "Alquería de la Misericòrdia" en la misma zona, donde durante la primera mitad del siglo XX se trasladó esta institución benéfica cuyo complejo ocupan ahora dos institutos, reforzaría esta hipótesis.