Servicio, bondad, gratitud, alegría o vida son las palabras que primero le vienen a la boca a las personas que han pasado, viven o trabajan en el Colegio Imperial Niños Huérfanos San Vicente Ferrer. Tales sentimientos han sido una constante en los 600 años de historia del centro y así queda reflejado en un documental de media hora elaborado para conmemorar ese sexto centenario. Historiadores, ex alumnos, tutores y directivos hablan desde un punto de vista íntimo y personal de la única obra viva del santo, del primer orfanato del mundo o del primer centro educativo que se preocupó por la formación de las mujeres. Muchos titulares para muchas vivencias.

Ya su creación en 1410 dice mucho de este "milagro". El obispo de Valencia, preocupado por la proliferación de niños abandonados, pidió a San Vicente que creara un centro para acogerlos. Se llamó Colegio Santo Niño Perdido y tuvo como primera sede el Hospital de Santa María Santísima, frente a la iglesia de San Agustín. El crecimiento del problema recomendó, no obstante, su traslado, por orden del rey Felipe IV, a la residencia de verano del emperador, que ocupaba el espacio donde ahora está el Corte Inglés de la calle Colón. Corría el año 1624. Allí permaneció tres siglos y medio hasta que en 1968 se hundió gran parte del edificio y se hizo necesario buscar un nuevo emplazamiento, el que tiene ahora en San Antonio de Benagéber.

Estos cambios, sin embargo, no han mermado su eficacia ni han cambiado sus objetivos. Es más, en los últimos años se ha vuelto a los orígenes en lo que a la acogida de niños se refiere. En sus aulas y en su residencia no sólo pueden entrar niños huérfanos, sino también niños abandonados o hijos de madres solteras, preferentemente entre seis y 11 años.

Educación y familia

El objetivo, por tanto es doble: por un lado facilitarles una formación íntegra y por otro darles la familia que no han podido tener.

Por lo que a la enseñanza se refiere, se cumple el currículum oficial y se añade un sello muy personal, basado en las nuevas tecnologías, el sentido de la estética y la práctica de deportes minoritarios, básicamente el hockey. Pero lo más importante es la educación en valores, inculcarles el sentido del estudio y procurar que se sientan felices en la escuela, siempre con la referencia cristiana y el camino marcado por San Vicente.

"Tratamos de darles una vida normalizada, que convivan con personas que aún siendo diferentes tienen el mismo estilo de vida", dice Laura, tutora. "Queremos que saquen lo mejor que tienen dentro y eso se consigue con el contacto y la confianza", explica Alejandro, tutor.

En cuanto a la familia, le meta es proporcionarles un modelo lo más parecido al tradicional, aunque a sus responsables les cree sentimientos contradictorios. Según Laura, "los vínculos que se crean son como los de un padre o una madre", aunque siempre "hay que tener claro que tienen una familia que se preocupa por ellos y que es lo mejor para todos", explica Alejandro. En cualquier caso, "el vínculo permanece en el tiempo". "Somos una familia numerosa", resumen Fran y Julia, dos de los alumnos actuales.

Primer colegio

en enseñar a leer

a las mujeres

La tradición del colegio y sus valores religiosos no han sido un obstáculo para demostrar un comportamiento avanzado e innovador. Ha sido así en la forma de trabajar con los alumnos, pues, por ejemplo, fue el primero en enseñar a leer y escribir a partir del conocimiento del abecedario. Pero lo ha ido también en la manera de abordar la enseñanza con las mujeres. El Colegio Imperial es el primero del mundo que impartió a las chicas una formación académica. Hasta el siglo XVIII las niñas sólo eran adiestradas en la labores del hogar y preparadas para el matrimonio. Sin embargo, a partir de entonces este centro les enseña a leer y escribir, como a sus compañeros del género masculino, que antes disfrutaban de estos privilegios en solitario. Puede decirse que las mujeres tienen en el Colegio Imperial su primer referente de formación intelectual.