Descender en rappel desde lo alto del Micalet para arrancar la maleza surgida entre sus sillares y que afeaban las cornisas y las gárgolas de la fachada. Tal vez no merezca la calificación de hazaña o gesta deportiva, pero aquello sí que tenía todos los ingredientes de una buena aventura: nunca nadie había hecho algo similar, encerraba peligro de muerte y, además, tenía utilidad pública y reportaba un dinerillo. Se le ocurrió al montañero Antonio Martí Mateo, miembro del Centro Excursionista de Valencia, y el entonces canónigo de la Catedral de Valencia, Guillermo Hijarrubio, le compró la idea. Dado que el inspirador intelectual de la aventura tuvo que abandonar la ciudad, fue entonces cuando Mario Jiménez, escalador de 23 años, asumió la dirección del proyecto. Sucedió el 20 de junio de 1959, y el mismo Mario fue quien ayer recordó, a los pies del Micalet y con 75 años de edad, aquella aventura para la historia que 52 años después ha recuperado el número 5 de la Revista Catedral de Valencia.

La "Operación Miguelete" -así fue bautizada por la prensa- comenzó a las ocho de la mañana. Participaban nueve personas seleccionadas. Cuatro de ellos realizaron los descensos, y otros cinco les ayudaron desde lo alto de la torre con operaciones auxiliares. En total se realizaron 17 descensos: dos por cada una de las caras del emblemático campanario octogonal, excepto la cara recayente a la Plaza de la Virgen, que se limpió tres veces. Nuca se llegó hasta abajo: los montañeros descendían desde la barandilla superior de la torre (a 51 metros de altura) hasta la sala de campanas, el tramo que acumulaba más hierbajos. Quitaron hasta una higuera y un olivo que habían logrado criarse entre las centenarias piedras.

Todo se hizo en ocho horas de trabajo (acabaron a las ocho de la tarde) y con sólo dos cuerdas de cáñamo (de 45 y 50 metros), una escalera de mano de 10 metros, y los mosquetones y anillos necesarios. "Había peligro, porque si uno se hubiera caído desde allí no lo hubiera contado. Pero teníamos 23 años, una gran confianza y seguridad, y no nos arriesgamos nada", explicó ayer Mario Jiménez.

Él todavía conserva mil anécdotas de aquella aventura. Como los gritos de un viandante al verlos descolgarse de aquel monumento elegido históricamente por muchos suicidas para quitarse la vida. "Incluso una familiar mía muy antigua se tiró del Micalet y se mató", apunta Mario Jiménez, que realizó nueve bajadas por el Micalet aquel día. La maleza arrancada, asegura este antiguo escalador, hubiera servido para enramar todas las calles colindantes el día del Corpus.

La propina del arzobispo

¿Qué obtuvieron de aquella misión? Bastante notoriedad. Salieron en los diarios, las radios e incluso en TVE. La catedral les pagó mil pesetas de la época. "Después -cuenta Mario-, el arzobispo Marcelino Olaechea nos llamó porque nos había estado viendo desde una terraza con los prismáticos y quería conocernos. Una vez allí, nos dijo: 'Quiero tener un detalle con vosotros'. Pensamos que sería un escapulario o una estampita, pero no. Nos dio 500 pesetas". "¡Fui una de las pocas personas que le saqué dinero al señor arzobispo Don Marcelino!", bromea Mario. Y al final, el Micalet quedó rasurado.