En los primeros años de la Transición, el caballo de la heroína cabalgaba desbocado por el barrio del Carmen. Mientras, aprendices de «Toretes» y «Vaquillas» protagonizaban su particular «Deprisa, deprisa» al volante de coches robados que se escapaban de la policía a130 km/h por el paseo de la Alameda. En TVE arrasaba la serie policiaca norteamericana «Los hombres de Harrelson». Causaba tanto furor que los niños se peleaban a la hora del patio por ser «T.J.», el agente al que el teniente Harrelson siempre mandaba subir al tejado.

Aunque han pasado ya muchos años, el Ayuntamiento de Alicante, dirigido por el PP, acaba de poner en marcha una unidad de élite en su policía local que, bajo el nombre de Grupo Operativo de Intervención Rápida (GOIR), parece resucitar a los protagonistas de aquella serie cuya banda sonora todavía sabe tatarear cualquier valenciano de más de 40 años.

Sin embargo, este cuerpo que Alicante presenta como el no va más suena a viejo en Valencia. El «Cap i casal» ya tuvo entre 1973 y 1986 a sus propios «Hombres de Harrelson» en la Brigada 26, una sección de la policía municipal encargada de vigilar la noche cuya fama de «dura» le hizo ganar tantos adeptos como detractores durante los primeros años de democracia.

Pero, ¿cómo surgió La 26? Testimonio del nacimiento de aquella mítica brigada nocturna es uno de sus «padres», Manuel Jordán, jefe de la Policía Local de Valencia entre 1966 y 1986. A sus 90 años revive los motivos que llevaron a fundar a finales de 1972 aquel cuerpo especializado en la noche: «Los serenos ya estaban en vías de extinción, y los delincuentes los habían cogido, nunca mejor dicho, por ´el pito del sereno´, por lo que se discutía si debían ir armados o no». Esto, añade, «se desechó porque les convertía en objetivo fácil para quien buscaba armas».

«Jóvenes sin miedo al peligro»

Pero cuando se apostó por crear un cuerpo para la noche, se encontraron con otro problema: la falta de relevo generacional entre los guardias. «La mayoría eran extremeños, que habían ingresaron en la policía municipal en la postguerra, tras licenciarse del Ejército en Valencia tras la Guerra Civil», apunta. «Después de tres décadas de servicio, muchos superaban los 55 años».

Se buscaban «jóvenes sin miedo al peligro», reza un reportaje de Levante del domingo 28 de agosto de 1977, en el que bajo el título «Dos noches con la 26» el redactor Francisco Grau y el fotógrafo Luis Vidal, patrullan la ciudad a su lado. En él se lee que para ingresar en la brigada bastaba con «tener una cultura general media, gozar de una buena salud, y saber todo lo posible de artes marciales, cuanto más mejor».

Jordán detalla que había « mucha demanda, porque tenían más fiestas por trabajar desde las 22 horas hasta las seis de la mañana, concretamente un día libre por cada cinco trabajados, cuando el resto libraba uno de cada siete». Grau retrata unas condiciones laborales de los miembros de La 26 que hoy suenan poco atractivas: «Todos ellos tienen que dedicarse durante el día a otros trabajos; lo que cobran no les da, ni mucho menos, para mantener una familia. Para colmo, no cobran primas por peligrosidad, ni por nocturnidad. Solo tienen una prima de 100 pesetas diarias y no están en la Seguridad Social».

Se les identificaba bien no solo por su traje negro y sus botas, sino por llevar colgado al cinto, en vez de la pistola reglamentaria, un revólver Smith & Wesson del 38 «que muchos de ellos se habían comprado por sus propios medios».

La 26 llegó a tener 80 hombres en los primeros años de la democracia al ocupar el vacío que había dejado la policia nacional en la noche. Un antiguo mando policial que prefiere mantener el anonimato recuerda que la Transición «trajo una explosión reivindicativa a las calles, agravada por la reconversión industrial», que en la C. Valenciana tuvo su epicentro en Sagunt, con el desmantelamiento de los Altos Hornos que se inició en 1983.

La denostada policía del régimen, que había sido «democratizada» cambiando el gris de su indumentaria por el marrón —lo que hizo que aquellos «grises» fueran rebautizados como «maderos»— «era enviada en bloque a sofocar los estallidos de conflictividad social, con lo que dejó de patrullar la noche».

Jordán corrobora esta afirmación al destacar que «las llamadas a comisarías nos venían a nosotros». Los de La 26 agrandaron entonces su leyenda de «duros» de la noche combatiendo el trapicheo de drogas, la pequeña delincuencia y los desfases de tribus urbanas «ochenteras» como los punkies.

Ante las críticas contra los métodos de La 26, Jordán defiende que «no es que fueran duros, sino que hacían mucho ejercicio, especialmente artes marciales —una hora diaria de entrenamiento— para poder reducir a una persona sin usar la porra». «Los delincuentes —sigue— respetaban mucho a La 26, lo que permitió que de noche se pudiera salir por la calle y que se alquilaran los bajos del Carmen, que nadie quería por la inseguridad».

«La 26 murió al perder la noche»

La brigada acabó sus días pasado el ecuador de la segunda legislatura de ayuntamientos democráticos, cuando el alcalde Ricard Pérez Casado y el jefe de la policía que sustituyó a Jordán tras su jubilación en 1986, Pedro Calderón, la diluyeron al hacer que todos los agentes de la policía rotaran en tres turnos. «La 26 murió al perder la noche, que era su razón de ser», dice Jordán.

Entre las razones que explican el final de aquellos «Hombres de Harrelson» a la valenciana está el que acabara siendo un cuerpo conflictivo para el consistorio socialista, no solo por las críticas que recibía desde la izquierda por sus métodos, sino porque algunos agentes fueron también víctimas de la noche.

Un expolicía que no quiere dar su nombre, «porque aún viven muchos de La 26», dice que «al ocupar el turno de noche siempre los mismos, el vicio confraternizó con algunos de ellos, que se convirtieron en encubridores de ´camellos´ y proxenetas a cambio de droga y servicios carnales».

Cuando el PP llegó al ayuntamiento en 1991 y el entonces concejal de Policía, Juan Cotino, anunció una unidad nocturna, muchos vieron un intento de resucitar la vieja brigada. Sin embargo, el actual conseller dijo entonces: «no se persigue volver a dar vida a la extinta Sección 26». Descanse en paz.

Los protagonistas:

Manuel Jordán

Jefe de la Policía Local de Valencia 1966-1986

«La 26 era una fuerza temible para el jefe»

Cuenta que cuando llegó el primer ayuntamiento democrático «una de sus ideas era disolver La 26, pero cuando empezaron a venir de otros consistorios a pedir información para montar unidades similares, la cosa cambió». Recuerda que la brigada «era una fuerza temible para el jefe, pues si sus agentes se plantaban y empezaban a hacer el burro en plena calle, te hacían la puñeta». Así que explica que una vez mostraron su enfado «denunciando por falta de luz a todos los clubes nocturnos, pues por aquel entonces la normativa exigía que se pudiera leer el periódico dentro del local».

Pedro Calderón

Jefe de la Policía Local de Valencia 1985-1997

El hombre que «revolucionó» la Policía del «Cap i Casal»

En enero de 1985 fue nombrado inspector de la Policía Local, asumiendo las riendas de un cuerpo del que oficialmente no fue el jefe hasta que Jordán se jubiló un año después. El objetivo de la reorganización que lideró, una «revolución» según dijo entonces, era sacar el mayor número de policías a la calle. Eliminó la banda de la policía para que sus 30 músicos se sumaran a las patrullas y fulminó la especialización nocturna, y con ello La 26, introduciendo turnos rotatorios en los que entraban todos, con lo que dobló los efectivos que patrullaban por la noche.