Tienen poco, pero no dudan en compartir la escasa cena que acaban de preparar. «¿Quieres?», ofrecen acercando un plato con unos trozos de pollo y una barra de pan, a repartir entre los diez hombres, de entre 24 y 50 años, que pernoctan desde hace cuatro meses en el solar de la avenida de Aragón, junto a Mestalla. Saben que antaño en esa explanada donde ahora tienen montadas sus destartaladas chabolas se erigía un ayuntamiento, «porque nos lo han contado», pero se preocupan al conocer que tienen previsto levantar un hotel de lujo en dicha explanada.

«No nos quieren en la calle, pero no tenemos otro sitio, aquí no molestamos a nadie ni queremos problemas, solo trabajar», asegura Chaban, de 28 años y padre de dos hijos, de diez y siete años, ambos en Rumania con su madre. Al igual que él, sus primos, tíos, hermanos - todos de un mismo clan familiar- vinieron a València buscando ganar algo de dinero en la recogida de la naranja para enviarlo a su Constanza natal. «En Rumania tenemos que vivir toda la familia con 20 euros al mes», explica.

«Necesito dinero para calentar la casa de mis niños», añade Ibrahim mostrando una fotografía con la pequeña de sus cuatro hijos, de apenas cuatro años, en la puerta de su hogar, cubierto por la nieve y en el que se aprecia que lleva la misma ropa que usa aquí en Valencia, con un clima mucho más cálido.

«A mi me gusta trabajar pero no tenemos papeles y sin papeles no nos quiere dar trabajo nadie», relata otro de los temporeros sin techo con su escueto español. Desde hace tres semanas ningún agricultor se acerca por allí a contratarlos y viven de la caridad que obtienen pidiendo en la puerta de supermercados e iglesias. «La gente pasa por al lado y todos dicen que no tienen nada».

En el campo tampoco sacan mucho, pero confiesan que más que pidiendo en la calle. «Nos pagan 1,30 euros por caja», explica uno de ellos.

En una mesa todavía conservan algunas reservas de la Nochevieja y el día de Navidad, donde acuden a la parroquia San Juan de la Ribera para comer algo de caliente. Se las racionan para que les dure. «Lo de dormir en albergues no es para nosotros, no queremos que nos separen de nuestras mujeres», argumenta Ibrahim. Éstas han regresado recientemente a Rumania a pasar la Navidad allí.

Pidiendo, en una mañana pueden sacar apenas nueve euros, dinero con el que compraron los trozos de pollo en el supermercado, que ahora ofrecen.