Renovarse el DNI es duro. Pero es necesario, claro. Quizá lo que es innecesario es la bochornosa situación que se vive para cursar la renovación. Acudir al bajo de la calle Hospital, esa que desemboca en la Biblioteca Pública de València, es como entrar en una sauna pero con ropa.

La miradas atónitas de los que aterrizan por primera vez a ese especie de parking humano da la talla de la situación. Un larguísima cola en plena calle, que es más bien un laberinto de personas, pertenece a la zona de Extranjería y un bajo sin ventilación ni refrigeración es el corral en el que descansa la manada para tramitar la renovación del DNI. Y no tienen otra que esperar.

Estar allí es como estar atrapado en las verjas de un sarcófago de hiel. El desespero crece conforme pasan los minutos porque, después de anunciar que el sistema falla y que va lento, los mismos minutos se convierten en horas.

El ambiente que allí dentro se respira es denso, humano, tan potente que parece más propio de un gimnasio después de una clase de spinning que de una comisaría de Policía Nacional. El hedor te lame el rostro, invitándote a salir. Un punzada de sopor se abre paso dentro de la sala como un hierro candente. Y, de momento, no hay solución. Una mujer se tiene que salir porque no aguanta la situación. Otra ni entra directamente. Una familia también espera en la calle su torno. Como tantos otros.

Esta es la imagen de la odisea de renovarse el DNI en València un día de la semana pasada después de pedir cita por teléfono o internet y acudir, con la documentación necesaria, a la calle Hospital. Y a la salida, casi que habría que haber ido a otro hospital por una bajada de tensión.