Kim Jae-sung, ciudadano de la ciudad de Daegu, Corea del Sur, acaba de recibir un mensaje en su teléfono móvil «Un usuario confirmado de Covid19 ha estado cerca de usted». Poco después Jae-sung se traslada en su coche a un punto de control, y sin bajarse del mismo, se realiza un test rápido y da positivo. A continuación, accede a la app que había instalado (para proporcionar datos de su ubicación) e indica que está contagiado, saltando el aviso a otros móviles que, gracias a la conexión bluetooth, saben que han estado cerca del teléfono del usuario contagiado. Una cadena basada en la obtención y tratamiento de datos personales, que ha evitado y evitará muchas muertes en Corea.

Big Data, un concepto que hace referencia a un volumen de información enorme que no se podía procesar con los métodos tecnológicos tradicionales, pero sí con los actuales, ha sido una de las herramientas más utilizadas en los países asiáticos para paliar los efectos de la pandemia. De hecho, un software que analiza múltiples fuentes de datos en internet detectó antes que nadie la epidemia del virus de China. La startup canadiense BlueDot anticipó en diciembre de 2019 que estaba surgiendo una enfermedad infecciosa en Wuhan. BlueDot también acertó, a partir de los datos de tráfico de personas por avión, hacia dónde se podía propagar el virus en los primeros días: Bangkok, Seúl, Taipei y Tokio; aunque esta información no fue utilizada de forma eficaz por ningún Gobierno o Administración, poniendo de manifiesto la brecha que existe actualmente entre la información que se obtiene gracias a las nuevas tecnologías, más veloz que nunca, y las decisiones que se toman por parte de los organismos competentes, tan lentas como siempre.

La utilización inteligente de los datos va a transformar el mundo de la salud. Tecnologías como el Big Data, Internet de las Cosas (IoT) e Inteligencia Artificial (IA), combinadas con la ingeniería biomédica, están impulsando una revolución mundial en la que los principales beneficiarios son los pacientes y van a conseguir que se produzcan cambios como jamás se habría podido imaginar.

Los latidos del corazón, la respiración, la cantidad de oxígeno en sangre, la temperatura, la presión arterial, los pasos e incluso los golpes y caídas se pueden monitorizar y contabilizar. En otras palabras, nuestro cuerpo es como una máquina compleja, y todas las máquinas generan multitud de datos, que tratados con los algoritmos adecuados, nos aportan soluciones innovadoras en materia de telemedicina, cuidado continuo, calidad de vida y una mayor productividad del personal sanitario. Los ejemplos son múltiples y variados: Share4Rare, una red social desarrollada para que las familias de niños con enfermedades raras puedan compartir los síntomas de los pacientes para encontrar (a través de Inteligencia Artificial) a otras familias con pacientes que pudieran tener el mismo padecimiento.

WINITS, un pequeño y económico dispositivo inalámbrico desarrollado recientemente por el joven investigador canadiense Danish Mahmood que conectado a pacientes, de forma no invasiva, aporta información de todas las constantes vitales en tiempo real a través de la nube, y permitirá monitorizar a personas tanto en el hospital, como en un sitio en el que se ha producido un desastre o bien en el hogar.

Anushka Naiknaware, una joven investigadora americana, ha diseñado un método para incrustar nanopartículas de grafeno, a través de tinta impresa, dentro de los vendajes (especialmente los de heridas crónicas), que además incluyen una diminuta electrónica inalámbrica para transferir los datos a una aplicación del móvil, en el cual, a través de una app, podemos predecir cuándo es necesario cambiar un vendaje.

Ya en un nivel más accesible, tenemos pulseras de actividad y relojes inteligentes que pueden medir el ritmo cardíaco, la temperatura corporal para detectar si tenemos fiebre, la cantidad de oxígeno en sangre, o incluso los datos del sueño, como el tiempo que descansamos o cuánto dura cada una de nuestras fases. Estas variables no son suficientes para tener un diagnóstico médico certero, siempre es imprescindible que un profesional interprete los datos, pero su uso masivo y su perfeccionamiento tendrá grandes beneficios para la comunidad científica.

Aprovechar las nuevas tecnologías

¿Cómo podríamos conseguir una sanidad radicalmente mejor? Dándole un enfoque más industrial, utilizando mejor los datos de los pacientes y aprovechando todas las oportunidades que aportan las nuevas tecnologías.

Pero volvamos al inicio, y al trasfondo de esta cuestión. Corea del Sur planteó su lucha contra el coronavirus apelando a la colaboración y monitorización ciudadana. En España no se impulsó la monitorización de los datos individuales de salud quizás por la idea de pérdida de intimidad y libertad, pero, 3 meses después, el resultado es indiscutible, Corea tiene 20 veces menos contagiados y 100 veces menos muertos por el coronavirus, pese a estar mucho más cerca de China, el epicentro de la pandemia.

Alemania, imitando el modelo coreano, acaba de lanzar su propia app Corona Warn, para rastrear infectados por Covid19. Se nos presenta entonces el siguiente dilema, ¿nuestra información personal debe permanecer siempre por encima de cualquier bien común, o en momentos de alarma es más importante la salud global de los ciudadanos que la privacidad de cada uno de los individuos? ¿Estamos dispuestos a que nuestros datos de salud sean utilizados para evitar epidemias?

Es sin duda un tema complejo, pero vale la pena debatir ahora estas cuestiones para prepararnos a tiempo para las amenazas del futuro, pues los humanos solemos pecar de olvidar con rapidez las sabias lecciones que, en cada tropiezo, la vida nos ofrece.