Sorolla dedicó su vida a la pintura, a captar la belleza, a atrapar con su pincel la luz. Su obsesión desde el inicio fue romper con el convencionalismo de la época que le precedía.

Con el tiempo y gracias a una visita a París con su amigo Pedro Gil, Sorolla descubrió la pintura naturalista, la cual marco un antes y un después en las obras del pintor. Poco a poco creó su modo de hacer de forma genuina y real. Plasmó todo lo que veían sus ojos y lo que sentía que debía ser el arte.

Gracias a su cuadro la vuelta de la pesca, presentado en París, se le abrieron las puertas del arte internacional. 

Su único afán desde que empezó a pintar fue crear una pintura verdadera, real y que interpretase la naturaleza de manera objetiva, como debe verse, como sus ojos la veían. Y la realidad es que hoy, 100 años después de su muerte, su pintura sigue dejando huella, sigue siendo entendienda y lo más importante, sigue emocionando a los espectadores.