Lágrimas de alegría al escuchar el contundente veredicto de culpabilidad contra el asesino de su hija, por unanimidad, y a la vez de dolor y rabia porque ha finalizado el juicio sin que su verdugo haya revelado el paradero real del cuerpo de Marta Calvo. Marisol Burón no pudo contener la emoción y rompió a llorar en la sala cuando la portavoz del jurado popular leía como hecho declarado probado que Jorge Ignacio Palma Jacome asesinó a Marta sin darle posibilidad alguna de defensa y que ocultó el modo y el lugar en que se deshizo de los restos mortales de la joven, «causando con ello una aflicción, congoja y angustia sobreañadida a sus familiares».

Pero esta «madre coraje», como así ha sido definida por las acusaciones y la fiscalía a lo largo del juicio, cuya lucha ha servido sin lugar a dudas para que hoy haya un veredicto de culpabilidad contra este triple asesino, no pierde la esperanza en saber algún día dónde está el cadáver de su hija. «Marta va a aparecer, lo sé, estoy segura de que mi hija aparecerá», confesó Marisol mirando al cielo tras ser abordada a la salida de los juzgados por una marea de micros y cámaras de televisión.

Aunque antes de la lectura del veredicto todo eran nervios ante las dudas que habían planteado días antes el jurado sobre la dominación machista o el hecho de no saber realmente si el acusado tenía la intencionalidad de matar, la madre de Marta Calvo estaba segura de que todo iba a ir bien y se iba a hacer Justicia. «Sabía que iba a salir culpable», reconocía todavía emocionada instantes después de conocer que con la decisión del jurado la pena de prisión permanente revisable, el mayor castigo en el Código Penal español, para el asesino en serie es ya un hecho a la espera de sentencia.

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La reacción de Jorge Ignacio P. J. mientras se lee el veredicto Miguel Ángel Montesinos

«Le doy mil gracias a mi hija porque todo ha sido gracias a ella», remarcó Marisol consciente de que si su hija no le llega a enviar esa «bendita ubicación» la noche en la que el acusado la asesinó en la localidad de Manuel, seguramente este depredador de mujeres habría seguido matando impunemente.

«Este tío no va a salir de la cárcel y por eso estoy muy contenta de la hija que tengo, porque aún la sigo teniendo, siempre estará conmigo», confesaba entre lágrimas Marisol a las puertas de la Ciudad de la Justicia de València, donde durante cinco semanas se ha celebrado el juicio contra el asesino en serie. Desde el día en el que prestó declaración como testigo, la madre de Marta Calvo no se ha perdido ni una sola sesión para tener frente a ella al verdugo de su hija, «para escuchar sus mentiras», y a la vez sin perder nunca la esperanza de que en algún momento confesara qué hizo realmente con su cadáver. La versión del descuartizamiento, o al menos cómo y dónde él dijo, también ha quedado desacreditada por el jurado.

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Marisol Burón, madre de Marta Calvo, no puede contener las lágrimas M. Á. Montesinos

Pero la lucha incansable de esta mujer no acaba aquí. Como adelantó Levante-EMV, Marisol Burón va a poner en marcha una asociación, llamada Marta Calvo, para ayudar a todas esas personas que se encuentren en una situación similar a la sufrida por ella.

Marisol quiso agradecer a los medios de comunicación el trato recibido y la cobertura informativa del juicio, pero lo que de verdad es encomiable es la actitud que durante todas estas semanas ha demostrado la madre de Marta dentro de la sala de vistas, quien al cruzarse con el asesino de su hija, y aunque la rabia y el dolor le carcomieran por dentro, supo atemperar todo ese sufrimiento y no descargarlo contra el acusado, incluso cuando éste trató de desacreditar a Marta.

Tal ha sido su entereza y respeto hacia la Justicia, que ayer mismo cuando algunos de los asistentes al juicio increparon a Jorge Ignacio P. J. con gritos de «asesino» y «criminal», hechos que a tenor del veredicto no son ningún descalificativo sino una realidad palmaria, Marisol de nuevo se mantuvo al margen y en una esquina del pasillo vio cómo el asesino de su hija era introducido por la policía en el ascensor antes de ser conducido de nuevo a prisión, de donde espera que jamás salga.