Me levanto al ritmo del despertador, casi mitad de septiembre y aún no he tenido vacaciones. Díez días más antes de entregar el trabajo de final de máster. ¡Tú puedes! Uff, qué pereza€ a la biblioteca, otra vez más. Mejor aprovecho hoy que es viernes, que el fin de semana están todas cerradas y me tocará quedarme en casa.

Prepara la comida, ropa como para ir a Siberia, que el aire acondicionado está fuerte, corre a coger el metro. Llego a la facultad y voy tan directa que casi me estampo con la puerta automática. No se abre. Te acercas, te alejas, tan centrada en intentar abrir la puerta que no lees el cartel de cerrado por inauguración del curso académico.

No puede ser cierto. Te recorres el campus entero intentando encontrar una facultad abierta, pero obviamente fracasas en el intento. ¿Si inauguran el curso académico, por qué no puedo hacer uso de las instalaciones? Te preguntas. A estas alturas ya has perdido tiempo, desesperada buscas en internet alguna sede abierta ese día. A partir de las 4 de la tarde. ¿Y qué hago hasta entonces? Vuelta a la biblioteca de barrio, mejor me doy prisa que cierran a mediodía.

El porcentaje de fracaso escolar es alto en España, y no sugiero que el horario de las bibliotecas sea la solución. Pero que en una ciudad como Valencia lo único que abra 7 días a la semana y 12 horas al día sean los centros comerciales muestra una realidad centrada en el consumismo y no en facilitar la formación de las nuevas generaciones.

Nos comparamos con otros países europeos en cuestiones económicas y de horarios laborales, pero en la mayor parte de esos países la educación tiene una especial consideración. Los horarios de biblioteca son extensos y definitivamente no se rigen por un sistema anticuado de jornadas partidas. María Pintado Montes. Valencia.