Cansado y aburrido de los consejos de ulemas de las nocturnas tertulias televisivas, decido escuchar al profesor Arkadio en un podcast de su programa de radio, La linterna de Diógenes. Hay que ser realistas, comienza la introducción del programa dedicado al conflicto entre darwinismo social y evolución a través de la cooperación que defendía Kropotkin. El audio que escucho es intemporal, pero en este momento no puedo dejar de asociarlo a los residuos humanos pendientes de tratamiento por el benefactor de la humanidad Recek Tayyik Erdogan. Hay que ser realistas, Europa no puede acoger a los que huyen de la guerra y se los vende como residuos tóxicos a alguien con menos escrúpulos o presión de sus ciudadanos.

Paralelamente en una noticia de segunda o tercera, la reina se refiere a un presunto delincuente y corrupto como su «compi-yogui». ¿Abrimos el debate sobre la monarquía? Por supuesto que no, hay que ser realistas, los reyes están ahí, con perdón de Heidegger y su «dasein», por un derecho superior a la democracia: el derecho del semen. El mundo sigue siendo un vertedero para la gran mayoría de la humanidad, pero el argumento del realismo sigue disimulando la vergüenza de los hipócritas, de los bienpensantes, de los herederos de la tradición judeo-cristiana-islamista. Como de manera contundente lo definió el francés Georges Bernanos: «El realismo es la buena conciencia de los hijos de puta». Alfredo Alba Marín. Marines.