Queda un mes para el gran día, ése que vivimos con ilusión y con la esperanza de un futuro mejor: el día de las elecciones. Como yo, otros 2,3 millones de españoles que residimos en el extranjero, quisieron ejercer su voto en las últimas elecciones generales pero tan solo medio millón de éstos pudimos hacerlo. Soy yo, ¿o algo muy gordo está fallando?

Para poder votar se nos exige hacer una maratón burocrática digna de un deportista, para después, dejar tu suerte en manos del dios Correos. Finalmente, cruzas los dedos y esperas que el engranaje compuesto por los distintos procesos burocráticos, Correos (España) y la empresa de mensajería de tu país de residencia se sincronice a la perfección, y recibir tu voto. En caso contrario, ¡estás perdido!

Resulta paradójico que se hable del voto como algo universal y libre, típico de las sociedades democráticas, pero que cada cita con las urnas implique el inicio de una yincana de trámites, con un desenlace más que dudoso. Al final, no es tan importante el hecho de votar, sino los trances impuestos por el sistema. Un proyecto para mejorarlo supondría la participación de miles de personas que, al menos ahora, parecen olvidadas. Judit Puig Soldado. Hamburgo (Alemania).