Ahora va y resulta que negarse a aceptar el resultado de unas elecciones democráticas es de progresistas. Y es que algunos no toleran que haya personas que piensan y votan diferente. Los que se autoproclaman progresistas afirman que toda elección, ley o teoría que no comulgue con su ideario es ilegítima y merecedora de ser rebatida por las buenas o por las malas.

Los progresistas de nuevo cuño son impacientes e inconformistas. Les ciega su pasión sectaria y son incapaces de admitir que las leyes progresistas de Zapatero han seguido vigentes durante el Gobierno de Rajoy y que gobiernos autonómicos del PP, como en el caso de la señora Cifuentes en Madrid, han aprobado alguna más; la de ideología de género, por ejemplo. Es tal su ambición ideológica que no ven que es cuestión de tiempo que su paraíso progresista inunde por completo a la sociedad española. Porque es mucho más fácil destruir que construir, dejarse arrastrar por la corriente que nadar en su contra, soltar proclamas vacías que componer una canción...

En vano quieren rodear el Congreso, instituciones públicas, colegios y universidades, asociaciones culturales y hasta infiltrarse en la vida íntima de las familias. Ya no hace falta, pues su relativismo de infelicidad tiene ramificaciones que afectan a la sociedad entera. La falta de formación y de criterio, de reflexión y de examen personal diario están pasando factura y acabando con el sentido común de las personas. Quizá necesitemos tocar fondo para reaccionar de verdad y poner remedio: vida interior, lectura sosegada, exigencia personal, empatía desinteresada... Podemos empezar ya, si queremos, y así aportaremos nuestro granito de arena para sacar lo antes posible del hoyo a esta nuestra sociedad. Jesús Asensi Vendrell. Algemesí.