Vivo en un un segundo piso y el bajo está ocupado por un potente supermercado. Es habitual que las señoras (suelen ser señoras) acudan a la compra flanqueadas por un perro, a veces enorme, que dejan amarrado junto a la entrada en un bolardo. Como es lógico, el animal no deja de ladrar durante el tiempo que su dueña dedica a sus compras, y no es necesario.

insistir en lo irritante que resulta. No es fácil entender a santo de qué debo sufrir semejante molestia. He comprobado que en la entrada de los céntricos y grandes almacenes esta barbaridad no ocurre, y no acabo de comprender a qué es debido, ya que no creo que las señoras que habitan en el centro de la ciudad carezcan de animales de compañía. Así las cosas, reconozco que en muchas ocasiones me reprimo para no bajar de inmediato y liberar al pobre perro. Y me reprimo porque ignoro qué hará el animal una vez recuperada su libertad, no por respeto a esas señoras incapaces de ir a la compra sin fastidiar a sus perros, a los viandantes y al vecindario en general. Julio A. Máñez. València.