Existe una sociedad, cada vez más minoritaria pero que todavía haberla hayla y que se cree con todos esos derechos injustificables, mezquinos e indecentes, que jamás ha sabido ganarse un puesto de trabajo por méritos propios porque venía de una «tradición familiar» en la que el «enchufismo» era la forma de conseguir un lugar al que ir todos los días a ocupar el tiempo. En unas ocasiones, las menos y tal vez por ello admisibles por la ciudadanía, ese puesto, tal vez destinado a otra persona con mayor capacidad, ha venido siendo desarrollado dentro de una responsabilidad suficiente para el mismo; pero, en cantidad ingente de ocasiones, las que más, tanto en entidades financieras locales como en la administración público/política local y en la docencia, el puesto les ha venido grande y han causado un grave trastorno y un inconveniente tanto a la institución que por «obligación» y a cambio de favores tuvieron que acceder a la «petición», como a quienes de su voluntad e incapacidad dependían si es que desarrollaban un servicio de atención al público o niños que tenían que sufrir la ineptitud de docentes incompetentes.

Pues bien, esa «sociedad» que a medida que avanza otra más racional, más demócrata y más justa socialmente; esa anticuada y «poco recomendable» de pretensiones ilegítimas y prepotentes con prácticas tales como querer estar siempre en «todo», de expresión arrogante y de notoriedad extrema; se viene abajo, afortunadamente para una población sana en sus hechos y convivencia que sólo quiere disfrutar de derechos y libertades sin privilegios para unos pocos en detrimento de la gran mayoría.

Todo tiene su fin. Pues ya está bien que esa forma de entender las relaciones entre las personas (lo ancho del embudo para mí y lo estrecho para los demás) vaya desapareciendo. ¡Y mira que les está costando! Se aferran a su «poderío» sin querer bajarse del burro. Antonio Giménez López. Torrent.