«No estaba muerto, que estaba de parranda». En unos tiempos más que difíciles para la industria musical, y especialmente para el disco de vinilo, parece que este soporte vive un resurgir en los últimos años, aunque en realidad, y como reza la estrofa de aquella famosa rumba que adaptó Peret en 1967 -por supuesto editada en LP, esta modalidad de discos siempre ha estado ahí y jamás ha llegado a desaparecer del todo. Además, Castelló ostenta el privilegio de acoger la única fábrica de vinilos que hay en España: Krakatoa Records.

Buena parte del mérito corresponde a miles de nostálgicos y coleccionistas que nunca han cesado su consumo de música en este formato. La estética hipster y la forma de vida que lleva asociada tal vez hayan contribuido también. Pero si hay un espacio en el que el vinilo no sólo ha sobrevivido sino que además se ha mantenido como soporte hegemónico en las tres décadas transcurridas desde que hiciera su aparición el compact disc -su principal competidor-, es sin duda el de las discotecas.

Las frenéticas mezclas, tan características del sonido electrónico de finales de los ochenta y de la década de los noventa, hacían necesario para los disc-jockeys trabajar con este formato en las cabinas de las salas más emblemáticas. También sucedía esto con estilos como el Rap o el Hip Hop, en los que el scratch es un rasgo característico.

Aitor Herrero, pinchadiscos conocido artísticamente bajo el seudónimo 'Aitor Dj Troy', afirma que hace años no existía una tecnología que permitiera el amplio abanico de posibilidades que ofrece el vinilo a la hora de lucirse 'a los platos'. Pero lo más importante para él es el hecho de que la música en este tipo de soporte suena mucho más nítida que si se 'pincha' en CD o MP3 -ahora que la industria de los accesorios para disc-jockeys ha evolucionado mucho más y la tecnología sí permite que estos nuevos formatos se equiparen al romántico plástico negro-.

Esta cuestión de la calidad de sonido se explica a través de las técnicas de grabación, fabricación y reproducción que se hacen servir en cada caso. El disco de vinilo se crea a través de las vibraciones que el sonido provoca en la 'aguja de rayar', la que sirve para crear el máster, el disco madre. La transmisión es, por tanto, constante. En el caso del CD o el MP3, esto funciona de manera distinta; el ordenador, al digitalizar, hace un muestreo en un intervalo de tiempo constante -cuanto mayor es la calidad del archivo, menor es el intervalo-, pero siempre existe un vacío en medio. Lo que sucede aquí es que la computadora trata de llenar ese hueco 'inventándose' los datos entre intervalos mediante complejos algoritmos.

Esto hace que, a la hora de reproducir un tema, el formato digital nunca sea tan fiel como el tradicional, teniendo en cuenta que en este caso la aguja del tocadiscos está siempre -de manera permanente- en contacto con el plástico. Herrero explica que para escuchar música en el coche o en casa estas diferencias son casi imperceptibles, pero que en la discoteca se acaban notando mucho. «Cuando estás 'pinchando' en una discoteca como Pirámide, tan grande y con tantos vatios de potencia, y a ese volumen, se nota mucho la diferencia entre el vinilo y el CD o el MP3; sobre todo cuando la calidad de los archivos es baja. Al final acaba distorsionando, y a veces hasta el público lo nota. Además, con los cascos reproduciendo la música tan fuerte, es incluso molesto para nosotros», afirma.