«El triste final del Castell de Corbera fue el olvido». Esta lacónica frase del arqueólogo corberano Miquel Gómez Sahuquillo describe a la perfección la lista de agravios que los últimos siglos ha soportado la que es, junto al castillo de Cullera, la única fortaleza de origen árabe que existe en la Ribera Baixa.

Al menos lo sigue siendo por ahora, porque su progresivo deterioro ha encendido las luces de alarma sobre posibles derrumbes, lo que condenaría a la desaparición a lo que es no sólo el símbolo de esta pequeña población, sino todo un vestigio de valor incalculable de la historia de los valencianos. Un reciente estudio de Sahuquillo publicado en «Castell de Corbera. Història i flora», libro del que es coautor junto con Salvador Iñigo, es claro al respecto: muchos tramos de la muralla están deteriorados y aquéllos que aparentemente parecen estar en buen estado tienen graves afecciones en su interior.

La celoquía, la parte más elevada del cerro sobre el que se eleva el recinto amurallado y la única construcción que queda dentro del castillo con techo y bóveda de cañón, se sostiene prácticamente en el aire y su peligro de caída es «inminente». Está situada justo al lado de la que fuera la casa del alcaide cristiano, también en pésimas condiciones.

Tampoco se libra del peligro de derrumbe la torre albarrana, que conserva su cubierta. En sus paredes se observan grietas y el fenómeno del lavado, producido por la lluvia, ha hecho que los muros, del mismo modo que ocurre en otras partes del castillo, presenten una pérdida de sección, produciéndose vacíos por donde se cuela el agua, provocando su erosión.

Expoliado

Pero no sólo contra los fenómenos naturales tiene que luchar la fortaleza. Sahuquillo apunta que no únicamente el paso del tiempo ha jugado en contra de este monumento, sino también «las actuaciones destructivas de aficionados o clandestinos que han excavado el yacimiento, poniendo en peligro las estructuras que quedan en pie, haciendo agujeros y destruyendo el depósito arqueológico».

Pese a ello, la propietaria de este Bien de Interés Cultural (BIC), la Diputación de Valencia, de momento guarda silencio sobre sus planes de futuro. El ente provincial pagó 300.000 euros por el Castell y especuló con un proyecto de restauración que finalmente se demostró inexistente.