J. Sierra, Valencia

Hacer arroz en el bajo Júcar se ha convertido con los años en una especie de milagro repetido en el que la intervención de los regantes de Sueca, basada en el conocimiento ancestral del medio, ha sido fundamental para el éxito de una empresa imposible: cultivar arroz sin agua, o casi. Atrás, solo en los libros registro de aforos, queda el testimonio los veranos en los prodigiosos manantiales del Júcar aportaban casi 11 metros cúbicos por segundo justo en el mismo tramo de río en La Mancha donde hoy desaparece el agua regulada en el embalse de Alarcón.

En la situación actual del río, hacer arroz puede parecer un lujo debido a sus elevados requerimientos de agua, aunque incluso entre los regantes que en La Mancha o en el Vinalopó aspiran a una parte de menguada tarta del Júcar, nadie se atreve a cuestionar el cultivo del arroz en La AlbuferaÉ seguramente para no salir trasquilado.

Un suecano mítico, excepcional futbolista y arrocero, el gran Antonio Puchades, le dijo un día de 1993 a Vicente Albero, Ministro de Agricultura, que solo aceptaría hablar de sequía -en aquel verano se apuntaba uno de los peores estiajes del siglo, solo superado por el del pasado año- el día en el que en Sueca no se pudiera hacer arroz. "Y açò no pasarà mai".

De seguir su teoría, la sequía ha sido erradicada casi definitivamente del arrozal valenciano. El Sindicato de Riegos de Sueca, que reina sobre 6.800 hectáreas de huerta y arroz, ha conseguido reducir al mínimo sus necesidades de agua mediante la inteligente utilización de bombeos estratégicamente situados y una gestión milimétrica de los escasos desniveles que existen en torno al Lago de La Albufera.

José Pascual Fortea, presidente de esta institución, explica que pese a los cambios en el cultivo experimentados en las últimas décadas, mantener el arroz inundado desde mayo a finales de agosto requiere un mínimo de 173 hectómetros cúbicos de agua, casi lo que consumen durante dos años los ciudadanos que habitan la corona metropolitana de Valencia.

Casi un milagro

El sistema, mientras hubo agua, era relativamente fácil: derivar el agua del Júcar en los Canos o en el azud de Sueca y dejar que se desparramara, primero bruscamente y después con placidez, sobre las tablas del arrozal. Al final, el agua acababa en el lago o salía a través de acequias y golas al Mediterráneo. En Sueca han aprendido a hacer que el agua fluya al revés y que el Júcar, cuando está a punto de rendir viaje en el mar, remonte otra vez hasta Sueca para comenzar de nuevo el ciclo del cultivo. Gracias a esta iniciativa, el consumo de agua se ha reducido a 68 hectómetros cúbicos, aproximadamente. Casi un milagro. En la actualidad, 54.729 hanegadas de arroz se riegan directamente del Júcar y en 43.000 solo se requiere una primera inundación antes de iniciar el ciclo del rebombeo. El consumo ha bajado a unos 10.000 metros cúbicos de agua por hectárea, prácticamente lo mismo que se utiliza para hacer forraje en Aragón o La Mancha.

La hazaña es posible gracias a 14 estaciones de bombeo situadas junto a los grandes canales -incluido El Canal, que conectaba Sueca con Valencia-, en las que se utilizan 23 bombas, y a la remodelación de varias acequias, ahora recrecidas, que permiten al Júcar subir aguas arriba sin derramarse. Si algo falla o el sistema se desequilibra, el acequiero de sindicato, moviliza una de las dos bombas móviles, una especie de UVI del agua que recorre el arrozal instalada sobre un camión y al mando del celador, y el problema queda resuelto.

Un diseño nada sofisticado

El nada sofisticado diseño del rebombeo no ganará un premio de Ingeniería, aunque lo merezca. "Cuando lo planteamos no nos hicieron mucho caso", afirma el acequiero mayor, Baldomero Pascual. Comenzó a gestarse hace diez años, con los arroceros convencidos de lo que querían hacer y del éxito de la misión. Pusieron en marcha de su bolsillo hasta cinco rebombeos y lanzaron a su carismático presidente, José Pascual Fortea, a arrancar a las administraciones el dinero necesario para otros cuatro.

Una invitación a la Suelta de Aguas y un discurso a los postres, han sido el instrumento preferido de Fortea con consellers, ministros y hasta vicepresidentas del Gobierno de España. Ahora les pide dinero para pagar la factura del gasoil y la energía eléctrica que consumen las bombas y agotan las arcas de la entidad a un ritmo de 500.000 euros por campaña, "incluidas las averías y el mantenimiento", matiza Ricardo Escrivá, el secretario del Sindicato.

En medio de un calor y humedad sofocante, muy cerca de la Creu de Sueca, Baldomero parece escuchar el ruido, para él sinfonía, de los 14 bombeos que reciclan a cada segundo que pasa 21 metros cúbicos por segundo, la misma cantidad de agua que sale ahora de las compuertas de Tous para que beba Valencia y rieguen las dos riberas.

Además, recuerda Pepe Pascual, el agua, una vez reciclada a su paso por los campos, donde deja parte de su exceso de nutrientes, llega al lago "y permite vivir a las aves". "Si hubiera más agua en el río, toda la que ahorramos podría llegar directamente a La Albufera y mejorar la calidad de sus aguas", añade. Y otra más, el agua "bruta" ya no llega a la playa de Motilla. "Hemos hecho algo grande, mucho más grande de lo que pensábamos", dice.