María Atiénzar (Alicante, 1966) solo vive pendiente de un anhelo: encontrar a la hija de 23 años que dió a luz a la una y media de la madrugada de un día de mayo de 1987 en un hospital de la ciudad de Alicante y a la que jamás vio.

Tenía veinte años y la vida solo estaba en su vientre. Más allá no había nada. El que entonces era su novio puso pies en polvorosa al enterarse de su estado de esperanza, que muy pronto se convirtió en desespero y rechazo paterno. Sus padres, muy severos y tan conservadores como sus ancestros, la repudiaron. No querían ni oir hablar de ella, ni tantear la posibilidad de que la criatura que naciera merecía todo el amor. Solo veían pecado, culpa, deshonra y vergüenza.

Y como otras tantas jóvenes en una situación semejante se encontró sin futuro, ni apoyo, ni hogar, ni trabajo. Su vida entró en una encrucijada sin salida y no le quedó más remedio que huir de la casa paterna. "Me refugié en una casa de madres solteras de las Oblatas del Santísimo Redentor de Alicante donde estuve sola casi todo el tiempo; me acuerdo que lloraba y que no hacía más que llorar", relata ahora.

Con la perspectiva del paso del tiempo, confiesa que en aquellos momentos no se podía quedar con la niña y que la palabra "adopción" era una elipsis tácita en aquel centro religioso. Se daba por supuesto pero la palabra era tabú.

"Ellas querían que diera al niño, cada quince días tenía cita con el psicólogo, me hablaban de mis circunstancias familiares, me sentía presionada..., pero tampoco me podía quedar con la niña, era como una película, no sabía que camino tomar porque todo confluía para que no pudiera estar con mi hija, me ví muy sola; abortar tampoco porque soy incapaz de quitar la vida a nadie".

"He pasado un trauma muy duro -agrega- porque la he tenido en mi vientre, la he sentido, la he querido y... no poderla tener", expresa María, que añade que cuando llegó el momento del parto la anestesiaron por completo.

"No ví nada, lo hicieron todo muy rápido para que no pudiera reaccionar. Lo último que recuerdo fueron los dolores, luego me quedé dormida, al día siguiente pasó el médico y me hizo firmar". Y el futuro desapareció.

A la pregunta de si era consciente de que con esa firma se desentendía de su hija, responde que en aquellos momentos, tan joven no sabía nada. "Yo estaba tan mal que no sabía ni lo que firmaba, estaba desubicada, anestesiada, pasó el médico. me dio un papel y lo firmé, no lo leí, luego cuando salí del hospital me dieron un papel que decía que había dado luz a una hembra de 3.290 gramos. Me acuerdo hasta de la última letra".

Esta mujer, administrativa de profesión, afirma que cada día se acuerda de su hija. "Me acuerdo a cada momento, a cada instante, yo siempre la he querido, siempre", enfatiza con la emoción mordiéndole las cuerdas vocales.

Hace tres años se dijo a si misma: "No me voy a esperar a que ella le surja la inquietud de buscarme o de que la familia que la acogió le diga que era adoptada y quiera saber quién fue su madre biológica y entonces decidí ser yo la que diera los primeros pasos".

Se fue a un despacho de abogados, pero en tres años solo consiguió que le sacaran el dinero. No tiene pista alguna pero ya ha dado la orden de que en los archivos del hospital donde dio a luz cambien el falso nombre con el que la identificaron cuando parió por el suyo propio.

También sabe que si la encontrara, "haría las cosas bien, acudiría a un centro de mediación de Bienestar Social e intentaría que hubiera una aproximación".