El comité federal del PSOE, el máximo órgano entre congresos del partido, como durante tantos y tantos años nos hemos hartado de escuchar y transcribir, ratificó ayer sin ni siquiera echarle cuentas la candidatura de Agustín Navarro a la Alcaldía de Benidorm, extendiendo de paso el certificado de defunción del Pacto Antitransfuguismo, tantas veces violado en la Comunidad Valenciana por el PP como burlado ahora, a la primera oportunidad, por los socialistas. El cinismo de los primeros, no justifica a los segundos, pero la política, cuando se desciende a las catacumbas ocurren estas cosas.

Navarro se declaró a sí mismo tránsfuga cuando abandonó el partido para, sirviéndose del voto de un homónimo, hacerse con el poder en la capital turística de la Comunidad Valenciana. Y su caso ha sido siempre especial. Especial porque Benidorm es el lugar de crianza de Leire Pajín, que en el día de autos, esto es, cuando se gestó y propició el golpe de Estado, era la secretaria federal de Organización de los socialistas españoles, el tercer lugar en el ranking del PSOE, antaño tan cuidadoso con quienes ocupaban según qué responsabilidades. Especial, porque Navarro, una vez tuvo en sus manos la posibilidad de hacerse con el gobierno gracias a un fugado del PP, escogió, dentro de una cuidadosa planificación de tiempos y agendas, proclamarse él mismo tránsfuga: esa fue su autodenominación en el titular de la primera entrevista que concedió, en este periódico, donde Navarro se dijo de sí mismo eso, tránsfuga, y no independiente como ahora le llama el PSOE. Especial porque la moción de censura la cocinó, con tan poca habilidad como prepotencia, el padre de Leire Pajín, don José María, y porque su madre, Maite Iraola, ni siquiera hizo el sacrificio de abandonar, antes que el partido del que su hija era «número tres», la concejalía de la que disfruta: optó por transfugarse ella también, con Agustín Navarro y los demás, y quedarse con el cargo. Especial porque parecía, más que la asunción de un gobierno, la simple ejecución de una venganza, la devolución de la tarjeta de visita que casi veinte años antes le dejó al PSOE Eduardo Zaplana, usurpando el poder igualmente con una tránsfuga, Maruja Sánchez, a la que desde entonces le hemos estado los contribuyentes pagando una pensión, aunque luego la vida, como cantó Jorge Drexler, es más compleja de lo que parece, y resulta que Agustín Navarro es amigo de Zaplana y le invita y agasaja y le debe algún favor más que importante, y Leire Pajín también mantiene una magnífica relación de años con el ex ministro. Especial porque la jugada ha puesto a prueba las cuadernas del propio PSOE, y nunca en la historia Benidorm ha estado gravitando con tan oneroso peso sobre la cúpula del partido: de Navarro (o de Pajín, léanlo como les plazca) se han pronunciado desde Chaves hasta Guerra, pasando en privado por Blanco, Hernando, Zarrías o Rubalcaba, y ninguno para bien; y durante meses hasta al presidente del Gobierno le han preguntado los periodistas por el caso cada vez que ha habido ocasión. Navarro ha dejado a la altura del betún la coherencia del líder del PSPV, Jorge Alarte, que se ha tragado todas y cada una de sus proclamas contra el transfuguismo, y ha puesto de relieve la incapacidad para ser el referente provincial que el partido necesita de Ana Barceló, valedora de que el fin hace irrelevantes los medios. Todo eso, nada menos, ha conseguido un alcalde y desde hoy alcaldable, al que ni siquiera quienes le han patrocinado respetaban: le llamaban Agustinet y decían que con ese nombre no podía llegar a nada. Pues menos mal.

Una fiesta. Pero decía que el comité federal no prestó ayer ni la más mínima atención, no gastó ni un segundo, en este asunto, que es de forma y es de fondo. Y es normal. El comité lo que quería ayer, tras tantas penurias, era darse una fiesta. Y la profunda crisis hecha esta semana en el Gobierno y el partido por Zapatero le dio la oportunidad de ello. Los cambios en el Ejecutivo, y el relevo de Pajín en la secretaría de Organización, llevan varios días actuando como el bálsamo de Fierabrás para una estructura, la socialista, exánime hasta el pasado miércoles. Zapatero ha tomado la iniciativa. Forzado por las encuestas y por los propios barones de su partido, que no podían soportar más una situación que les dejaba a los pies de los caballos de cara a las próximas elecciones municipales y autonómicas, donde los socialistas se juegan cosechar la mayor derrota de la historia en unos comicios de ese tipo. Obligado, digo, por esa doble realidad, la de la calle y la del interior de su propia organización, es por lo que Zapatero por fin se ha movido. Pero el caso es que lo ha hecho: ha recuperado la agenda, que en política es recuperar la vida.

Reacción en cadena. Eso tiene consecuencias sobre todo el PSOE, pero también sobre el PP. El PSPV, por ejemplo, pierde presencia en el entramado de poder socialista y se convierte en una federación irrelevante a todos los efectos: como subrayaba este periódico, mediada la legislatura, ni siquiera conserva los cabezas de lista que presentó a las anteriores elecciones, tras dimitir y dejar la política Jordi Sevilla, Bernat Soria y ahora De la Vega; o, lo que es lo mismo, nadie habla por la Comunidad en Madrid, salvo Leire, que ya lo hacía, aunque eso levantaba más ronchas de las que sanaba. Pero al mismo tiempo, si Zapatero era el peor enemigo, en términos electorales, de los socialistas valencianos, su reacción le devuelve, por el momento, la condición de posible banderín de enganche: el discurso socialista en la Comunidad pasa a partir de este momento por calcar el federal. Y si Rubalcaba se va a emplear a fondo en remachar que el Gobierno de Zapatero se renueva y afronta sus responsabilidades ante la mayor recesión económica de la historia, mientras que Rajoy, paralizado, no aporta nada, el PSPV tendrá que aprenderse el mantra de que Zapatero, con independencia de que guste o no lo que hace, gobierna, mientras que Camps, como Rajoy, se limita a dormir y agazaparse. Al igual que Rubalcaba, Luna tiene ahora otro discurso al que agarrarse que no sea sólo el de la corrupción: que él y Alarte lo sepan hacer, y que Zapatero y Rubalcaba logren imponerlo, es algo que está por ver. Pero hay base y, por tanto, hay partido. Más del que la foto fija de las encuestas dejan ver.