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En el verano de 2010, durante la fiesta agosteña de la Asunción, el Papa Benedicto XVI volvió a hablar del Cielo: "No nos referimos a algún lugar del universo, a una estrella, o algo similar: no. Nos referimos a algo mucho más grande y difícil de definir con nuestros conceptos humanos". Pocos meses antes se había referido al Infierno en otra alocución pública: "El infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno". Y hace unos días, durante una catequesis en el Vaticano sobre Santa Catalina de Génova, conocida por sus tratados sobre la naturaleza de la purga de almas, el Papa habló del "fuego interior" que purificará a la persona tras la muerte y durante la espera por el Juicio Final: eso es el Purgatorio.

La insistencia de Benedicto XVI y de su predecesor, Juan Pablo II, sobre las realidades ultra terrenas se basa en la percepción de la Santa Sede de que los sacerdotes hablan poco de ello en su predicación. Al mismo tiempo, los dos pontífices han pretendido reformar la visión que el creyente ordinario pueda tener del Cielo, Infierno, Purgatorio y Limbo. En este último caso, la reforma será mucho más profunda y se abolirá la creencia en ese estado de los niños que habían muerto sin ser bautizados, o donde reposaban las almas de los hombres justos que murieron antes de la venida de Jesucristo.

Pero los tres primeros -Cielo, Infierno y Purgatorio- "existen", según repiten con rotundidad ambos papas. Sin embargo, la principal batalla papal parece apuntar a dos frentes: primero, que las realidades ultraterrenas existen, pero no son lugares concretos, materiales; y, segundo, según nueva aportación de Benedicto XVI, que "hablar del Juicio Final, del juicio en general, y en este contexto sobre el Purgatorio, el Infierno y el Paraíso" significa "garantizar la justicia" en este mundo.

La recuperación de la Escatología

La nueva guía de ultratumba que Juan Pablo II y Benedicto XVI han ido conformando en los últimos años incluye orientaciones para los cristianos que comienzan por este intento de que se recupere la Escatología, el tratado teológico de las realidades últimas: muerte y resurrección, Juicio Final, Infierno, Gloria y Purgatorio.

En opinión del actual Pontífice, la Escatología perdió interés durante la segunda mitad del siglo XX, en la época del preconcilio, concilio y postconcilio Vaticano II. "Pienso que todos nosotros estamos aún afectados por la objeción de los marxistas, según los cuales los cristianos sólo han hablado del más allá y han descuidado la tierra", explicó Benedicto XVI en febrero de 2008, durante un encuentro con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma. Ante ellos glosó lo que había querido explicar en su encíclica Spe salvi (Salvados en la esperanza): "El Juicio Final de Dios garantiza la justicia en esta tierra; nosotros creemos en la resurrección de la carne, en la que no todos serán iguales". El Papa agregó que "todos queremos un mundo justo, pero no podemos reparar todas las destrucciones del pasado, a todas las personas injustamente atormentadas y asesinadas. Sólo Dios mismo puede crear la justicia, que debe ser justicia para todos, también para los muertos". Benedicto XVI hacía finalmente un guiño a la doctrina marxista de última generación, de la Escuela de Frankfurt: "Como dice Adorno, un gran marxista, sólo la resurrección de la carne, que él considera irreal, podría crear justicia".

En ese mismo encuentro con el clero romano, el Papa expuso su guía sobre las realidades ultraterrenas. En plena concordancia con San Agustín -del que Ratzinger es un profundo admirador-, Benedicto XVI dividió las almas de los hombres tras su fallecimiento en tres categorías, e incluso cuantificó su número de manera aproximada. Primero, habló del Infierno, existente y eterno, pero no abarrotado: "Tal vez no son muchos los que se han destruido a sí mismos, los que son insanables para siempre, los que carecen de elemento alguno sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, los que no tienen en sí mismos una mínima capacidad de amar. Esto sería el Infierno". En segundo lugar, "son ciertamente pocos, o en cualquier caso no demasiados, los que son tan puros que pueden entrar inmediatamente en la comunión de Dios". A estos pocos les espera el Cielo.

En cambio, "muchísimos de nosotros esperamos que haya algo sanable en nosotros, que haya una voluntad final de servir a Dios y de servir a los hombres, de vivir según Dios. Pero hay tantas y tantas heridas, tanta inmundicia, que tenemos necesidad de ser preparados, de ser purificados". Esta sería la realidad del Purgatorio, sobre la que el Papa agregaba: "Es para mí una verdad tan obvia, tan evidente, y también tan necesaria y consoladora, que no puede faltar". A aquellas palabras, el Pontífice ha sumado ahora algunas ideas más en su guía ultraterrena. En la referida catequesis reciente sobre Santa Catalina de Génova (1447-1510), el Papa advertía que en tiempos de de esta mujer "el Purgatorio se representaba principalmente con el recurso a imágenes ligadas al espacio: se pensaba en un cierto espacio". Sin embargo, la propia Catalina, aduce que "el purgatorio no está presentado como un elemento del paisaje de las entrañas de la tierra: es un fuego no exterior, sino interior. Esto es el purgatorio, un fuego interior".

El arraigo de los lugares concretos

El intento de combatir creencias populares erradas ya lo había iniciado Juan Pablo II en el verano de 1999, cuando dedicó cuatro audiencias y catequesis al Cielo, el Purgatorio, el Infierno y el Diablo. En ellas se refirió al Purgatorio como a "un estado de purificación", y al Cielo no como "un lugar físico entre las nubes, sino una relación personal con la Santísima Trinidad". Por último, el Infierno es un "estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios", según se recogía en el Catecismo de la Iglesia.

El arraigo en los creyentes de ideas sobre el Cielo, Infierno y Purgatorio como lugares concretos se remonta varios siglos atrás. Por ejemplo, el concepto concreto de Purgatorio -que había creado San Agustín con la poética frase: "Una flor sobre su tumba se marchita; una lágrima sobre su recuerdo se evapora, pero una oración por su alma, la recibe Dios"-se desarrolló plenamente durante el siglo XIII, según el historiador Jacques Le Goff, quien en su obra El nacimiento del purgatorio explica su surgimiento según un esquema trimembre aplicable también al hecho de que, además de nobles y pobres, empiezan a existir los burgueses.

Según Le Goff, el Purgatorio es "un lugar doblemente intermedio: en él no se es tan dichoso como en el Paraíso, ni tan desgraciado como en el Infierno, y sólo durará hasta el Juicio Final". El Purgatorio se materializa entonces, e incluso se inmortaliza tiempo después con La Divina Comedia de Dante. Y es tan material que abre nuevos caminos económicos, con el mercado de las indulgencias, uno de los motivos por los que Lutero romperá con Roma.

Creación también de San Agustín fue el Limbo, el último concepto de la guía ultraterrena, que ahora mismo espera un documento de Benedicto XVI en el que se explique su supresión como concepto teológico, tal y como fue recomendado en 2007 por la Comisión Teológica Internacional, un consejo de 30 teólogos al que la Congregación para la Doctrina de la Fe le pide informes sobre cuestiones delicadas. Pero desparecido el Limbo, la Escatología todavía tiene un terreno abundante, y particularmente la doctrina del Purgatorio, ese "fuego interior" que Benedicto XVI describe como aquel al que van a parar la mayoría de las almas.