Manuel Espí perdió a su hijo Lucas en mayo de 2000 cuando una bombona de gas explotó en una casa de campo de Benissoda (Vall d'Albaida) en circunstancias desconocidas. Su hijo y su grupo de amigos estaban pasando allí el último día festivo de Semana Santa. Dos chicas murieron abrasadas, prácticamente, en el acto. Una de ellas era su novia. La noticia corrió como la pólvora por los medios de comunicación. Lucas permaneció en estado crítico en el hospital durante 17 días pero, nada se pudo hacer por salvar su vida. Las quemaduras le habían afectado más de la mitad del cuerpo.

Once años después, aquel terrible suceso ha quedado olvidado del día a día en Ontinyent, municipio en el que vivían los chavales, pero ahora, Manuel ha desvelado un secreto que guarda desde hace casi 30 años: "Yo compré a mi hijo, pagué por él cerca de tres millones de pesetas en el hospital Virgen del Consuelo de Valencia". Su relato implica, supuestamente, al hospital, por haber entregado a un bebé ajeno a cambio de dinero, a un bufete de abogados próximo al centro sanitario, que se supone tramitó la documentación, y al Registro Civil, por haber emitido un libro de familia con la asignación de nacimiento.

Manuel empieza por reconocer que el trámite por el que obtuvieron a Lucas "fue ilegal" pero justifica de inmediato, "mi mujer quería un niño". Y, a partir de ahí, relata la historia de un presunto chantaje, amenazas y sobornos para conseguir quedarse con aquel bebé de apenas un mes, moreno y gordito, que una joven había puesto en los brazos de su padre en la sala de incubadoras del hospital valenciano tras haber entregado a cambio 750.000 pesetas. "Todo lo arregló una curandera de Montaverner y una amiga de mi mujer", relata Manuel. "Me dijeron que preparara mucho dinero y que fuera a las puertas del hospital. Después, empezó un calvario". Se llevaron al niño a casa y, según narra el padre, al poco tiempo, "unos abogados me dijeron que fuera a Valencia, a cien metros del Consuelo a reunirme con ellos en su despacho. Me pidieron dinero, 300.000 pesetas para trámites, el niño no tenía papeles. Se lo dí y hasta cinco veces más pasó lo mismo". "Nos asfixiaron y lo pasamos mal pero el chico se quedó con nosotros y con el libro de familia del registro". Ahora dice que la verdad "debía saberse".

"Lo cuento porque es un lastre muy pesado"

Junto a esta confesión, surgen muchas más: Que tiene un transtorno bipolar, que también es vidente y que es creyente de una doctrina religiosa que defiende la reencarnación del alma. Por ello, Manuel no quiere morirse -dice que lo hará con 93 años y tiene 77- sin haber contado la verdad. Al menos la suya. Su mujer prefiere que calle pero él le ordena guardar silencio. Está decidido a airear el turbio asunto por el que consiguió tener un bebé comprado para que "se haga justicia divina". Manuel está convencido de que la muerte de Lucas es un castigo porque, según afirma "no nos merecíamos tenerlo. Pagamos por él".