En su ciudad natal, ni siquiera queda quien la recuerde. Socorro González Hernández, nombre y apellidos comunes para una muchacha toresana que tuvo sus minutos de trágica gloria en las crónicas más negras de la historia de España. No queda quien atestigüe si su andadura por el lado más siniestro de la vida fue por determinación propia, si actuó por pura codicia o si la empujó la miseria. Sus días acabaron frente a un pelotón de fusilamiento en las tapias del cementerio de la Almudena de Madrid. La zamorana figura entre los represaliados del franquismo, cientos de hombres y mujeres que fueron asesinados tras un juicio sumarísimo y entre los que se mezclaban delincuentes comunes con los perdedores de la Guerra Civil, pero es la única de la lista que contaba ya con una condena por asesinato decretada por los Tribunales Populares de Urgencia de la República. De hecho, fue juzgada y condenada por los mismos hechos dos veces.

30 años de prisión

En aquellos días, en los que la vida se había convertido en mercancía sometida al cobro de envidias y rencillas, a Socorro y a su entonces novio los condenaron a 30 años de prisión. Algo inusual si se tiene en cuenta que «en esa época era frecuente que presos como Socorro, acusados de matar a gente de derechas, fueran puestos en libertad el mismo día del juicio», explica Manuel García Muñoz, quien ha sacado a la luz, entre otras, la muerte de la toresana en su último libro «Los fusilamientos de la Almudena». Porque Socorro se había «especializado» en acabar con la vida de señoras haciéndose pasar por falangista. Los crímenes llegaron a hacer concluir al tribunal popular que las fechorías de la toresana suponían una mala prensa para la causa marxista.

Socorro González llegó a Madrid desde su tierra natal para servir. Durante el primer juicio que se siguió contra ella en 1937 aseguró ser natural de Ayllón (Segovia), pero en el proceso abierto tras la guerra ya declara haber nacido el 4 de agosto de 1911 en Toro. En todo caso, fue en la ciudad toresana donde se la detuvo por última vez el 3 de enero de 1940. Y en mayo de ese año, las balas de los fusiles acabaron con sus desgraciadas andanzas. En las fotos que se conservan de ella posa coqueta, vestida y peinada a la moda, con un collar de vueltas al cuello, aunque las manos de trabajadora delatan su origen humilde. Socorro mira firme a la cámara, con la misma determinación que pareció guiar sus actos.

Socorro González carecía de formación conocida para ejercer ni como matrona ni como enfermera, aunque esa sea la profesión que aparece en uno de los documentos oficiales a su nombre. Acudió al Hospital Provincial de Madrid, pero duró poco. La echaron por negligente y despreciable. En los documentos no se abunda en razones, pero es probable que tuviera que ver con algo de lo que se jactó en el momento de ser detenida: haber matado a un recién nacido.

Ante el tribunal franquista declaró haber trabajado de matrona en la columna Mangada, una de las primeras creadas por el gobierno republicano. Lo que el contenido del sumario del caso prueba es que en los primeros días de la sublevación estaba internada en el Sanatorio Riesgo, situado en la madrileña calle Ferraz, para tratarse una enfermedad venérea. Tras intentar ser sanitaria, se hizo pasar por falangista. De hecho llegó a darse de alta en Falange y obligó a hacer lo mismo a su novio La ideología nunca supuso barrera alguna para sus metas: al mismo tiempo, ejercía de miliciana en la tristemente famosa checa de Fomento o Bellas Artes. Allí escogía a sus víctimas y luego las ajusticiaba por su cuenta. Eso ocurrió con Loreto Ruiz del Castillo, residente en la pensión Paidos, de la calle Zurbano. La dueña de la pensión denunció que fue llevada a la checa de Bellas Artes. Su cadáver apareció el 23 de agosto de 1936 en el barrio de Usera, a mucha distancia de la cárcel.

Primer juicio

La denuncia se tradujo en el primer juicio contra la toresana. «El caso debió ser sonado. La acusaban de hacerse pasar por fascista para contactar con gente de derechas y después asesinarlas, de manera que con su actuación desprestigiaba la revolución marxista», afirma Manuel García. A Socorro González y a su novio, Eduardo Martín Navas, se les atribuía también la muerte de una mujer llamada Fifí Castellanos. Eduardo trabajaba de oficinista en el Hotel Savoy y en el momento de prestar declaración es él el que declara ser originario de Toro y se muestra totalmente sometido por la personalidad avasalladora de su novia.

Despedido, recibió una indemnización y con el producto de esa indemnización instaló con su pareja una frutería. Al estallar la revolución, Socorro, mujer dominadora que ejercía verdadera influencia en Eduardo, se dedicó a dar, por su cuenta, «paseos» a mujeres que tuvieran dinero y alhajas y se apoderaba de sus bienes. Socorro confesó que asesinó personalmente a tiros a Loreto y que ella no era fascista. Al escuchar la sentencia, Eduardo la aceptó conmovido, mientras que Socorro le tiraba pellizcos. Le cayeron 30 años de presidio.

En primer lugar fue enviada a Ventas, la cárcel para mujeres concebida por Victoria Kent como un centro de reeducación.

Retenida en Valencia

Pero pronto fue trasladada a Alaquás (Valencia), la prisión con la que el gobierno republicano quería mostrar el buen trato que dispensaba a las detenidas partidarias de la sublevación. En 1938, el campamento se trasladó a Cehegín (Murcia). En Alaquás, la toresana se codeó con la esposa de Queipo de Llano, Rosario, la hija y las hermanas de José Antonio Primo de Rivera, Pilar Millán Astray y Pilar Jaraiz Franco, la sobrina del dictador, entre otras. Los roces comenzaron pronto. Pilar Millán Astray la acusó de haberla amenazado y la sobrina de Franco la implicó en un intento de envenenamiento a su hijo.

Pilar Jaraiz Franco fue intercambiada por presos republicanos, pero Socorro González seguía presa en Cehegín. De allí la enviaron a Tarragona. La maquinaria franquista reabrió el caso de Loreto Ruiz del Castillo. Compareció de nuevo la dueña de la pensión de la calle Zurbano, quien identificó sin lugar a dudas a la toresana como «la miliciana que vio en la checa de Bellas Artes». Sin embargo, en el caos que siguió al final de la contienda, Socorro logró la libertad.La huida acabaría llevándola a Toro, donde fue detenida el 3 de enero de 1940. La libertad le había durado apenas un mes. En el oficio, el agente Aniceto Ruiz, da cuenta del arresto de la mujer, «hija de Germán y de María, soltera y de profesión enfermera». De la detención se hicieron eco en la edición del 5 de enero tanto El Heraldo de Zamora como ABC. En el sumario abierto por el tribunal militar se declaró como antigua militante de UGT y admitió que había denunciado a tres monjas del Hospital que reconoció por la calle y que fueron encarceladas en la checa.

Socorro ingresó de nuevo en la cárcel de Ventas, donde llegaron a hacinarse 11.0000 mujeres en un centro concebido para 500 y donde la enfermedad, el hambre y el frío simultaneaban protagonismo con las matanzas indiscriminadas al pie de las tapias del cercano cementerio de la Almudena. Hasta allí fue conducida la madrugada del 8 de mayo de 1940 en compañía de otros tres presos.

Había desatado su propio régimen del terror en medio del horror de la guerra y pagó por ello un alto precio: su vida. Fue enterrada, como tantos, en una fosa común. Que conste, nadie reclamó su cadáver y en su Toro natal ya nadie guarda memoria de ella.